La tarea más difícil es la destitución de una lengua
Giorgio Agamben
En los últimos meses, sionismo ha puesto de moda una lengua muy precisa: la lengua del exterminio. Sus autoridades, sus ciudadanos, sus soldados, sus medios de prensa, todos, parecen haber sido domesticados por la misma lengua. No se trata, simplemente, del hebreo moderno, menos aún del antiguo, como la del exterminio en la que el otro parece ser dispuesto a ser borrado de la faz de la tierra. De hecho, a propósito de la asonada palestina perpetrada por Hamas, el ministro Benjamin Netanyahu ofreció un discurso público citando el pasaje bíblico de Samuel 15:3 que dice: “He decidido castigar lo que Amalek hizo a Israel (…) He decidido castigar lo que Amalek hizo a Israel cortándole el camino cuando subía a Egipto. Ahora vete y castiga a Amalek consagrándolo al anatema con todo lo que posee, no tengas compasión de él, mata hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos.”1Biblia de Jerusalem Ed. Descleé de Brouwer, Barcelona, 1967 El pasaje pronunciado no solo ubica la escena del conflicto a la luz de una “defensa” (“He decidido castigar lo que Amalek hizo a Israel”) frente a un agravio sufrido, sino que dicha “defensa” autoriza a asesinar sin escrúpulo a: “(…) hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos.” El pasaje bíblico leído por Netanyahu es un codificador en la medida que marca la escena a la luz de una “defensa” cuya respuesta solo puede ser la del exterminio. El pasaje territorializa el lugar de los israelíes en el marco de este conflicto, les subjetiva posicionándolos frente a un otro.
El lugar de enunciación desde el cual es pronunciado dicho pasaje provee desde ya una determinada lectura que codifica al vocabulario bíblico en una lengua de tipo estatal que posibilitará el funcionamiento de la máquina sionista. La codificación proveída por el pasaje ofrece la concepción de un Israel territorializado y dispuesto como “víctima absoluta” que, como tal, siempre tendrá que encontrarse frente a un “enemigo” igualmente “absoluto”. “Víctima absoluta” significa ser la víctima plena, completa, total. La víctima que más abyección ha sufrido en la historia, en suma, la víctima excepcional. Como bien constató Arendt, se trata de la víctima que no resistió, que no se sublevó contra sus victimarios y, por tanto, la víctima perfecta. De aquí la clausura hermenéutica desde la que se dispone la máquina sionista, según la cual, todo lo que no calce consigo misma podrá ser considerado “antisemita”, todo lo que la cuestione será leído, desde siempre y bajo ese único y exclusivo marco, como una reedición del antisemitismo. No hay otra interpretación. No hay otra forma de leer. En cuanto víctima absoluta cualquier crítica que se reciba deberá ser entendida a partir de una enemistad absoluta, es decir, el antisemitismo. Por eso la insistencia sionista de que, tal como consignaba Herzl en su libro “El Estado judío”, ellos vendrían a constituir una vanguardia que lucha contra la “barbarie”. He aquí el dualismo orientalista sobre el que descansa la máquina sionista2Theodor Herzl. El Estado judío. Ed. Organización sionista Argentina. Buenos Aires, 1960.. Por lo pronto estableceré una distinción entre Estado sionista y máquina sionista: el primero remite a la formación estatal de tipo colonial asentada en el territorio de la Palestina histórica desde 1948; el segundo al conjunto de mecanismos que articulan el discurso sionista y que no solo antecede a la creación del Estado sino que se extiende más allá de su territorialidad, hacia discursos mediáticos, políticos, sociales que, como ha visto Nur Masalha, remiten genealógicamente al sionismo evangélico articulado inicialmente por los británicos ya en el siglo XVIII3Nur Masalha La Biblia y el sionismo. La invención de una tradición y discurso postcolonial. Ed. Bellaterra, Barcelona, 2007.. Por supuesto, sin la máquina no habrá Estado, pero este último será la cristalización colonial de la primera.
A esta luz, es menester atender la triple yuxtaposición que constituye a la máquina sionista: la civilización se identifica a la víctima absoluta y al colono; y la barbarie justamente al enemigo absoluto que será el colonizado. La civilización será, por tanto, identificada con el judío sionista –el colono– y la barbarie, en cambio, lo hará con el palestino islamista –el colonizado. La perversión del discurso sionista reside justamente en que el colono se presenta como víctima absoluta del colonizado y su barbarie, el poderoso se imagina a sí mismo como el más débil. Por eso, el impulso a la colonización se enmarca bajo el término “defensa”. Israel hace de la víctima una verdadera ideología de Estado, es decir, hace como si fuera el oprimido, el colonizado que tiene perfecto derecho a la “defensa”. Quizás, esta constituya el mayor cerco ideológico de la máquina sionista. Bien lo expresó Mahmud Darwish cuando formulaba la pregunta de qué significa ser la “víctima de la víctima” –problemática, desesperada, sin respuesta4Mahmud Darwish Palestina como metáfora. Entrevistas con el poeta Mahmud Darwish. Ed. Oozebap, Barcelona, 2012.. Por eso Noura Erekat ha podido escribir recientemente que los palestinos son “mala víctimas”: ¿qué víctima podría asimilarse a la perfecta, plena y pretendidamente total víctima judía promovida por la máquina sionista?5Ver https://www.jadaliyya.com/Details/45383 ¿Cómo ser “víctimas absolutas” –cómo cumplir dicho “ideal” si, como los judíos del ghetto de Varsovia, los palestinos de Gaza no han hecho más que resistir? Es en este registro que, quizás, deba comprenderse porqué la pregunta esgrimida por Hannah Arendt de “¿por qué los judíos frente al nazismo no se sublevaron?” haya constituido una pregunta esencial en cuanto apuntó al corazón necropolítico de la máquina sionista que, en su momento, reaccionó con gran virulencia frente a su trabajo, al punto de quebrar la amistad con su amigo Gershom Scholem quien le reprochó que cómo ella era incapaz de “amar a su pueblo”6Hannah Arendt Escritos judíos. Ed. Paidós, Barcelona, 2004..
Ahora bien, en la medida que la guerra sionista se plantea en un terreno de excepción y, por tanto, entre lo humano y lo inhumano, ésta se plantea total, sin términos medios, tal como Netanyahu expresa a la luz del pasaje bíblico de Amalek que opera como producción y legitimación teológica de la lengua del exterminio. Es necesario prestar atención a este punto: la referencia bíblica, que en la historia del sionismo ha sido una constante, pero que, como ha visto Sand, el propio sionismo ha leído en clave estatal-nacional, le provee un plus teológico por el que la víctima absoluta enfrentada al enemigo absoluto solo puede ejercer su “defensa” (porque precisamente es “víctima”) en un escenario en el que predomina la excepcionalidad de la Ley y la vida se dispone enteramente a merced de la soberanía. La matanza indiscriminada, tal como la propone el pasaje de Samuel sobre Amalek leído por Netanyahu, solo puede darse en un estado de excepción en el que la Ley está radicalmente suspendida y, entonces, “todo puede ser posible”.
Justamente esta es la realidad colonial sobre la que se funda el proyecto sionista en Palestina: si la nakba no es un simple “hecho” que tuvo lugar con la expulsión de 750 mil palestinos gracias a la aplicación del Plan Dalet en 1948, sino la puesta en juego de una máquina de borramiento sistemática y permanente que no deja de operar hasta el presente, entonces, la “limpieza étnica” sobre Palestina sigue, se profundiza, e intensifica hasta hoy. El colonialismo de asentamiento que opera despojando a los colonizados de sus tierras y poblando a los colonos donde otrora estaban los colonizados, vaciando y llenando, solo puede funcionar a partir del mecanismo de la excepcionalidad sin el cual no puede producirse el plus valor propio de la violencia soberana. Y nótese que, en latín, el término “víctima” es sobre todo un término que designa una vida animal o humana arrojada al “sacrificio religioso”7Joan Corominas Diccionario etimológico. Ed Gredos. Madrid, 2005.
La lectura fetichizada que ofrece el sionismo sobre el holocausto experimentado en la época nacionalsocialista como un “sacrificio” consumado en los campos de concentración del cual, por supuesto, no puede hablarse y deviene mística, constituye la pieza última de su máquina mitológica en la que el clivaje “victima absoluta-enemigo absoluto” no deja de consolidarse como clausura hermenéutica donde todo pasa por si es o no antisemita y, por tanto, si se es o no enemigo absoluto, digno del estatuto barbárico que permita o no decidir acerca de la guerra total. Para ser precisos: la “guerra contra el terrorismo” que, gracias al pasaje de Samuel 15:3 leído por Netanyahu, es hacia donde el discurso sionista inscribe la escena del conflicto.
Ahora bien, es clave problematizar el carácter perenne atribuido por el discurso sionista al clivaje “víctima absoluta-enemigo absoluto”. Porque al eternizarse el estatuto de la víctima absoluta, en realidad, lo que ocurre es que se eterniza el trauma que precisamente la fundación del Estado sionista debía superar. Difícil imaginar que la fundación de un Estado pudiera ofrecer la redención de un trauma en la medida que éste requiere de una violencia mítica para instaurarse y conservarse. Por eso, Israel es, más bien, la confirmación misma de la reedición mítica de la violencia colonial europea contra los europeos (la violencia nazi, en suma) ahora en el nuevo plexo árabe. Dicho de otra forma: el proyecto sionista del Estado de Israel es un proyecto colonialista de corte europeo que introyectó la violencia nazi (el colonialismo de asentamiento aplicado a europeos) en la nueva formación estatal. Por eso, bien sostuvo Said que el antisemitismo sionista desplaza la figura del judío que había sido perseguido en el imaginario europeo, por la nueva figura del árabe o del palestino que lo será en el nuevo imaginario sionista8Edward Said La Cuestión Palestina. Ed. Debolsillo, Barcelona. 2015..
Pero bien podríamos decir, a propósito de las imágenes que nos llegan desde Israel, que la actual represión policial contra los judíos “ortodoxos” muestra, de otra forma, el núcleo propiamente antisemita del propio Estado sionista. Más aún: podríamos decir que la misma fundación de Israel constituyó un acto antisemita en la medida que hizo realidad el sueño europeo de expulsar a los judíos de Europa. De ahí su estructura orientalista cristalizada en el clivaje “victima absoluta (judío europeo)-enemigo absoluto (bárbaro asiático)” con la que, hacia fines del siglo XIX, Herzl configuró los marcos fundamentales de una máquina que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, asimilará al exterminio judío bajo la noción cristiana de “holocausto” (que designa “sacrificio”) como nueva estética del clivaje colonial.
En este sentido, bien apuntó León Rozitchner a propósito de la sintomática alianza entre judíos y cristianos (los expulsados y quienes promovieron la expulsión en Europa) que originó al movimiento sionista, cómo es que éste no podía sino reeditar el impulso tanático del trauma circunscrito en el acontecimiento del “holocausto” como lugar sacrificial9León Rozitchner https://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/subnotas/117692-37474-2009-01-04.html. El trauma busca superarse vía su propia consolidación. Pretende escapar de sus fantasmas fortaleciéndolos, intenta superar la violencia mítica con violencia mítica; he aquí el laberinto que configura al Estado sionista y que se traduce en la movilización total como despliegue del colonialismo de asentamiento que, intensificado durante los últimos años gracias a la promoción de los asentamientos ilegales en los Territorios Ocupados (más de 700), han terminado por darle el triunfo electoral a la ultraderecha israelí y a configurar un sentido común enteramente racista, tal como ha indicado Gideon Levy en una de sus últimas intervenciones10https://twitter.com/IAlvarezOssorio/status/1720568215187730481.
Toda esta realidad, en la que se han intensificado los dispositivos y formas de matanza, confiscación de bienes, expulsión de población y fortalecimiento de los asentamientos ilegales sobre los Territorios Ocupados no es sino expresión del punto límite que está experimentando el Estado sionista y su maquinaria mitológica. “Límite” que no significa un fin, sino un simple obstáculo que requerirá de un nuevo proceso de expansión que, aprovechando los eventos en curso, pueda consistir en la realización de la “obra” de consumar definitivamente la Nakba y convertir a Israel, por fin, en un Estado étnicamente “puro”.
En este marco, podemos entender perfectamente lo que señala el ministro israelí de Patrimonio, Amichai Eliyahu frente a la imagen del norte de Gaza, una vez que han ingresado los tanques sionistas: “El norte de Gaza es más hermoso que nunca. Volarlo todo es increíble. Cuando terminemos entregaremos las tierras de Gaza a los soldados y colonos que vivan en Gush Katif”. “Volarlo todo es increíble” es la expresión clave que devela el dispositivo de glorificación del exterminio, el goce in extenso por la aniquilación del otro. A su vez, la expresión “cuando terminemos”, designa el momento de expulsión y exterminio de la población palestina de Gaza que hará posible la creación de un territorio vacío, tal como sueña el proyecto de colonialismo de asentamiento sobre el cual se basa el Estado de Israel. Sobre todo, cuando días más tarde el mismo ministro dijo que lanzar una bomba atómica en Gaza podía ser una “de las posibilidades” en juego –la lengua del exterminio se aferra, naturaliza y expande11https://as.com/actualidad/politica/un-ministro-israeli-amenaza-a-gaza-con-armas-nucleares-y-netanyahu-le-sanciona-n/.
Asimismo, la renunciada ministra de Diplomacia Pública de Israel, Galit Dystel Atbaryan decía: “Borra toda Gaza de la faz de la tierra. Que los monstruos de Gaza volarán hacia la valla sur e intentarán entrar en territorio egipcio o morirán y su muerte será malvada. ¡Gaza debería ser borrada!” El borramiento resulta explícito. Se trata de “borrar Gaza” expulsando a su población a Egipto o aniquilándola si se niega a hacerlo. “Borrar” designa el doble movimiento de expulsión y exterminio, de desplazamiento de población y de su destrucción al enemigo absoluto gracias a la “defensa” urdida por su víctima absoluta.
Por último, las recientes declaraciones del recientemente renunciado embajador israelí en Italia quien dijera que “Para nosotros hay un objetivo: destruir Gaza, destruir ese “mal absoluto”, absoluto, porque no existe la posibilidad después del Holocausto haya jóvenes judíos en esta situación tal como era hace 80 años (…)” condensan la máquina mitológica del proyecto sionista como ninguna otra: Gaza se convierte en el “mal absoluto” –dice- y reedita el trauma del holocausto –es decir, su posición de victima absoluta- para justificar, otra vez, la destrucción del enemigo absoluto, los nuevos “nazis”, los nuevos “antisemitas” que ponen en juego a la humanidad misma12https://www.youtube.com/watch?v=R8I6p49Aa04. He aquí el quid del asunto: la “defensa” del Estado de Israel funciona, a su vez, como “defensa” de los “valores occidentales”, puntal de la civilización frente a la barbarie, tal como lo había dispuesto Herzl en “El Estado judío”. Por eso, el Estado sionista no solo se ha convertido en el paradigma de las ultraderechas, en cuanto en él se juega un racismo institucionalizado, dispositivo de separación “absoluta” entre las víctimas y sus enemigos igualmente “absolutos” sino, además, porque me parece que ha sido Israel el que posibilitó la mutación del racismo desde una forma en que la supremacía se dispone a partir del paradigma del victimario hacia el supremacismo de la víctima: la víctima absoluta es una producción de la violencia necropolítica de carácter colonial que perpetúa el supremacismo racial ahora en hablando en nombre de los oprimidos, de los expoliados, de los maltratados por la historia bajo el derrotero de haber sido la víctima perfecta y total durante el exterminio nazi y de mantener dicho estatuto después de la fundación del Estado sionista.
Es precisamente aquí que, a propósito de los últimos acontecimientos de Gaza que parecen conducir a un Israel dispuesto a consumar la Nakba, asistimos a la consolidación de una lengua del exterminio que muestra lo que, alguna vez, Furio Jesi calificó como “religión de la muerte” en la medida que el sionismo se anuda en base al clivaje: “víctima absoluta-enemigo absoluto”13Furio Jesi Cultura de derechas. Ed. Muchnik, Madrid, 1984.. En cuanto tal, el sionismo apunta cada vez a consolidar el estatuto de la víctima absoluta al precio de calificar al otro como enemigo igualmente absoluto y, por tanto, hacer de la permanente amenaza de guerra y su movilización total, una constante. “Religión de la muerte” porque, al igual que la experiencia del fascismo europeo analizado por Jesi, el sionismo constituye un himno a la muerte, su dispositivo glorificante por el cual las prácticas del exterminio llevadas a cabo por le entidad colonial, asumen una lengua estetizada bajo un léxico teológico. Parafraseando a Schmitt diríamos: todos los conceptos sionistas son conceptos exterminadores estetizados. Como bien señalara Sanbar en su conversación con Gilles Deleuze, el objetivo del sionismo es producir el vacío: justamente al considerar al otro como enemigo absoluto, su derrotero fundamental consiste en producir una tierra vacía. Un pueblo sin tierra (judío), llegará a la tierra sin pueblo (Palestina) –para recordar la famosa frase proveniente del sionismo británico14http://carcaj.cl/los-indios-de-palestina-una-conversacion-entre-gilles-deleuze-y-elias-sanbar/. A esta luz, en cuanto “religión”, el sionismo –no el judaísmo- no hace más que glorificar la muerte al ponerla bajo el manto de lo “sacro” y de lo propiamente “sacrificial” en el que se despliegan formas de subjetivación propias del goce en el que solo la violencia, la guerra y el exterminio cobran pleno sentido. Todo apunta a producir el vacío, a eliminar al enemigo absoluto en razón de la “defensa” de la víctima igualmente absoluta. Así, siempre se está preparado para matar, porque siempre puede reeditarse el antisemita que está dispuesto a aniquilar. Esta es la verdadera y única religión del Estado colonial de Israel: no el “judaísmo”, sino la “muerte”. Por eso, miles de judíos en diferentes partes del mundo no han dejado de repetir: no en mi nombre.
La cuestión decisiva, entonces, es cómo podemos destituir a esta lengua del exterminio en que hoy se ha normalizado como si fuera algo evidente. La escena israelí nos empuja a aprender rápidamente esta vieja y nueva lengua con la que el neofascismo, es decir, el americanismo intensificado y ampliado a escala global, no deja de avanzar. La lengua del exterminio, que no es otra que la del Amo, es la que alguna vez conquistó las Indias Occidentales y que hoy llega a Palestina para destruirla.
Sin embargo, han sido las múltiples protestas y formas de desobediencia civil que han poblado las calles del planeta, las que se han negado a aprender y hablar esta lengua. Oponerse al sionismo hoy –y a su empresa genocida en Gaza- significa oponerse a ser domesticado por la lengua del exterminio; en este sentido, significa la invención de un dialecto –el de los luchadores, no el de las víctimas- que pueda destituir dicha lengua, interrumpirla hasta volverla inane.
Imagen de portada, Clément Chapillon