I.
Mi réplica a Rodrigo Castro Orellana publicada el pasado 1 de diciembre de 2021 en Disenso se inscribe en la coyuntura abierta por los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial en Chile. Tras la segunda vuelta y el triunfo definitivo de Gabriel Boric por sobre José Antonio Kast, esa coyuntura se cierra. Así, desde el pasado 19 de diciembre se abre una nueva situación política que parece favorecer el proceso de democratización iniciado el 18 de octubre de 2019. En este contexto, lo que pretendí en “El desencanto como racionalización”1OLIVARES MOLINA, C (2021). “El desencanto como racionalización. Réplica a Rodrigo Castro Orellana” en Caja de Herramientas de Revista Disenso. Disponible en https://revistadisenso.com/cristobal-olivares-el-desencanto/. fue cuestionar la operación de una racionalización fatalista –o “pesimismo hiperactivo”, si así lo prefiere Rodrigo Castro Orellana–, muy divulgada tras los primeros días de la primera vuelta, y que yo vi formalizada de una forma nítida en su intervención titulada “Sigue ganando el neoliberalismo. Breve historia del triunfo de la extrema derecha en Chile”2CASTRO ORELLANA, R (2021b). “Sigue ganando el neoliberalismo. Breve historia del triunfo de la extrema derecha en Chile” en Caja de Herramientas de Revista Disenso. Disponible en https://revistadisenso.com/castro-orellana-neoliberalismo/.. Debo confesar que mi publicación en Disenso no tenía voluntad de exhaustividad ni mucho menos poner en duda el proyecto intelectual de Castro Orellana sino responder a un hecho puntual que me inquietaba: el despliegue, a través de los recursos de la crítica filosófica, de una sensibilidad pesimista que parecía constituirse en el sentido común del momento. Lamento si fui injusto con las posiciones teórico-políticas del autor allí donde no tomé en cuenta los argumentos desarrollados en “El neoliberalismo no nace ni muere en Chile”3CASTRO ORELLANA, R (2021a). “El neoliberalismo no nace ni muere en Chile” en Artículos de Revista Disenso. Disponible en https://revistadisenso.com/rodrigo-castro-neoliberalismo/.. En estas notas espero, no obstante, subsanar algunas de mis omisiones.
II.
Por razones estratégicas, nunca he podido darle demasiado crédito a la indiferenciación política de izquierdas y derechas. Por eso suscribo la tesis de Castro Orellana sobre la necesidad que tiene la propia izquierda (y entiendo la izquierda militante en todos sus niveles y no puramente académica) de reflexionar seriamente en torno al fenómeno de la gubernamentalidad. Entiendo que el desafío planteado en “El coraje de gobernar. Boric y la izquierda chilena en la encrucijada neoliberal”4CASTRO ORELLANA, R (2021c). “El coraje de gobernar. Boric y la izquierda chilena en la encrucijada neoliberal” en Caja de Herramientas de Revista Disenso. Disponible en https://revistadisenso.com/el-coraje-de-gobernar/. guarda relación con la extrema dificultad que representa imaginar un horizonte post-neoliberal; la enorme tarea que implica distinguir las condiciones de desactivación de los efectos perjudiciales sobre nuestras vidas de las prácticas neoliberales de gobierno. No puedo dejar de suscribir la opinión de Castro según la cual dicho desafío no se cumple por sí solo en la movilización callejera ni en la campaña electoral de un determinado candidato; que la actitud crítica requiere de una cierta disposición escéptica ante los acontecimientos, etc.
Evitando retornar al callejón sin salida de la teoría del estado (o de la teoría del poder como soberanía, si se prefiere) tal y como la conocemos, también reconozco que la crítica de los dispositivos neoliberales quizá buscaría dar cuenta de otra gubernamentalidad posible, una donde se potenciarían inéditos experimentos de vida en común, no sometidos unilateralmente a las lógicas de la mercantilización. Pero la posibilidad de pensar otro vínculo (uno no neoliberal) con la facticidad de lo gubernamental es de por sí bastante compleja si se tiene en cuenta el montículo de discusiones en torno a la brecha infranqueable que habría entre la teoría política de la soberanía (donde ubicaríamos a la izquierda clásica) y el pensamiento biopolítico de la gubernamentalidad (donde podríamos ubicar a una izquierda venidera). Autores como Daniel Zamora5ZAMORA, D (2017). “¿Podemos criticar a Foucault? Entrevista a Daniel Zamora” en Teoría Socialista en La Mayoría. Disponible en https://lamayoria.online/2017/07/06/podemos-criticar-foucault-entrevista-daniel-zamora/ han llegado a sostener que Michel Foucault fue un intelectual cuyas preferencias por las experimentaciones políticas no estatales lo habrían ido alejando de la izquierda tradicional para efectivamente aproximarlo, en su última etapa, al horizonte de prácticas políticas habilitadas por el neoliberalismo. La “Introducción” de Estudios en gubernamentalidad. Ensayos sobre poder, vida y neoliberalismo6FOLLEGATI, L & KARMY, R (2018). Estudios en gubernamentalidad. Ensayos sobre poder, vida y neoliberalismo (Luna Follegati y Rodrigo Karmy compiladores). Viña del Mar: Communes, p. 17-45.,hace un interesante recuento sobre la dificultad de este escenario y que me gustaría retomar brevemente. Particularmente en el contexto chileno, como analizan los autores de la “Introducción”, tenemos el caso del intelectual de derecha Arturo Fontaine7FONTAINE, A (2017). “Crisis actual del socialismo y gobernamentalidad en Foucault” en CIPER. Disponible en http:// ciperchile.cl/2017/01/03/crisis-actual-del-socialismo-y-goberna- mentalidad-segun-foucault, que en un artículo del 2017 publicado en CIPER se sirve de algunos pasajes del seminario El nacimiento de la biopolítica (1978-1979)8FOUCAULT, M (2012). El nacimiento de la biopolítica: Curso en el Collège de France: 1978-1979. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica. de Foucault, particularmente de la clase del 31 de enero de 1979, donde este declara que el socialismo no contó nunca con una noción autónoma de gubernamentalidad9Íbid, p. 118-120. Fontaine sostiene a partir de dichos pasajes que la izquierda no sabe ni podría gobernar más que remitiendo a la “noción liberal de gobierno”10Fontaine omite, tal como lo recuerdan los editores de Estudios en gubernamentalidad (Follegati & Karmy, 2018) los pasajes donde Foucault declara que esa gubernamentalidad socialista no existe pero todavía estaría por inventar: “¿Qué gubernamentalidad es posible como gubernamentalidad estricta, intrínseca, autónomamente socialista? En todo caso, limitémonos a saber que si hay una gubernamentalidad efectivamente socialista, no está oculta en el interior del socialismo y sus textos. No se la puede deducir de ellos. Hay que inventarla.” (Foucault, 2012: 120).. El caso de Eugenio Tironi (desarrollado en una nota al pie en esta “Introducción” de Follegati & Karmy) también es elocuente, al apoyarse, a propósito de una temática puntual, en cierta representación del proyecto de Foucault para justificar la renovación de la izquierda desde las coordenadas neoliberales.
Evidentemente, si el neoliberalismo se identifica con la gubernamentalidad, la posibilidad de una práctica de gobierno post-neoliberal se encuentra clausurada. Estoy de acuerdo con todos aquellos que sostienen que, si el nuevo gobierno de Apruebo Dignidad, en la medida que no haga parte suya las reflexiones sobre la gubernamentalidad y la constatación de las dificultades para llevar a cabo una reflexión explícitamente de izquierda sobre este asunto, ciertamente no se encontrará en condiciones de consolidar el proceso de democratización abierto en octubre de 2019. En este marco, reconozco que la tarea pendiente señalada por Rodrigo Castro Orellana en “El neoliberalismo no nace ni muere en Chile” sigue plenamente vigente. Con todo, si se me permite el atrevimiento nuevamente, creo que hay algo en la determinación de la gubernamentalidad neoliberal, tal como es ofrecida por Castro Orellana, que se resiste a dejarse razonar por la radicalidad de los acontecimientos, algo que sintomáticamente reaparece en sus dos intervenciones posteriores publicadas en Disenso.
III.
Sería necesario disociar la gubernamentalidad de la lógica neoliberal. La lógica neoliberal supone una determinada regularidad de los dispositivos gubernamentales. No obstante, dicha regularidad es aporética porque la interrupción (ya sea como catástrofe o como destituciones permanentes) forma parte de su propia continuidad. Ahora bien, esta determinación de la regularidad neoliberal de los dispositivos atañe a un problema de tiempo. En “El coraje de gobernar. Boric y la izquierda chilena en la encrucijada neoliberal”, particularmente en la sección donde el autor interpela a Rodrigo Karmy, Castro Orellana sostiene que el neoliberalismo se caracteriza por imponerse como una “temporalidad única”. Cito: “No hay tiempo de la revuelta o tiempo del orden alternándose infinitamente porque el neoliberalismo representa una única temporalidad, un único proceso permanente de destitución de experiencias humanas sólidas (solidaridad, proyección de futuro, verdad, saber, naturaleza, sentido, significación, etcétera) y de descomposición del tejido social a través de infinitos mecanismos implantados en todos los ámbitos de la sociedad. Desde este punto de vista, la verdadera “revuelta” interminable y catastrófica es el neoliberalismo mismo.”11Castro Orellana, 2021c. La cursiva es mía. Bajo esta “temporalidad única” se subsumiría el bienestar y el malestar, la regularidad y lo destituyente, la normalidad y la catástrofe, etc., a pesar que Castro afirme en “El neoliberalismo no nace ni muere en Chile” que el neoliberalismo no sería una articulación unitaria, sino que una multiplicidad de dispositivos históricamente diferenciados entre sí. Cito: “Es necesario dejar de concebir al neoliberalismo como una totalidad o como un conjunto de signos o prácticas perfectamente coherentes, una especie de paradigma dominante. (…) lo que llamamos neoliberalismo está conformado por una diversidad de dispositivos que operan en estratos sociales diferenciados y que no tienen necesariamente una relación armoniosa entre sí. (…) Cada dispositivo responde a su particular historicidad, lo que genera variaciones permanentes y contradicciones en el ensamblado.”12Castro Orellana, 2021a.
¿Cómo se puede sostener que el neoliberalismo sea un ensamblaje determinado por una temporalidad única pero que al mismo tiempo no sea considerado un sistema unitario? La afirmación de un neoliberalismo como ensamble de múltiples dispositivos gubernamentales independientes entre sí, me parece que no es coherente con el concepto de un neoliberalismo cuya experiencia fundamental del tiempo es unitaria y homogénea. La consideración acrítica de esa homogeneidad temporal, a mi juicio, es una barrera de entrada al ejercicio de un análisis alternativo de la multiplicidad constitutiva de los dispositivos gubernamentales. El análisis de esta barrera de entrada no es un problema de mera abstracción o impostura intelectual. En última instancia, como intentaré demostrar, es un problema político.
Me apoyo en cierta lectura de la deconstrucción derridiana para afirmar que el pensamiento de una “temporalidad única” pertenece esencialmente al movimiento de la subjetividad egológica, o si se prefiere, a la temporalización de un autos, al devenir-tiempo de una ipseidad soberana (que se quiere indivisible pero que no puede serlo). Yo diría, bajo estas coordenadas (rebatibles, lo reconozco), que si lo que hay es una verdadera “temporalidad única” a la base de la lógica neoliberal, entonces, resultaría imposible pensar en toda su radicalidad la diferencia entre la multiplicidad de los dispositivos gubernamentales y la unidad de la soberanía política. Sin embargo, si suspendemos la tesis de una temporalidad única, lineal, lo que mostraría esta diferencia radical es que la multiplicidad de los dispositivos gubernamentales no es más que el espaciamiento y la temporización por los cuales se constituye la unidad de la soberanía. Ahora bien, la constitución paradójica de una ipseidad soberana –que no es realmente indivisible sino que no puede dejar de diferir de sí misma– es lo que Derrida ha denominado en Canallas13DERRIDA, J (2005). Canallas. Dos ensayos sobre la razón. Madrid: Trotta, p. 134. como auto-inmunidad. Yo afirmaría, a modo de provocación, que soberanía y gubernamentalidad se trenzan en este ambivalente proceso de auto-inmunidad.
Bajo este proceso auto-inmune, me atrevería a sostener que la operación de una lógica neoliberal como temporalidad única, que es la operación de una auto-afección soberana, se sirve, en consecuencia, de la multiplicidad de los dispositivos gubernamentales para defenderse del acontecimiento. Sin embargo, al mismo tiempo que la ipseidad soberana se defiende del acontecimiento, la gubernamentalidad produce un contra-movimiento mediante el cual se auto-infecta de aquello que busca conjurar. Llamaría malestar a la multiplicación de esta auto-infección gubernamental en el seno de la auto-afección soberana. Pero también llamaría malestar a aquello que en la ambivalencia irreductible de las prácticas gubernamentales se torna incalculable para algo así como la reproductibilidad de la lógica neoliberal. Bajo este esquema, creo que es complejo intentar medir “el polimorfismo del malestar chileno”14Castro Orellana, 2021c desde una perspectiva que suponga que podemos distinguir unos malestares más radicales y sustantivos que otros. Más bien de lo que se trataría es de entender por qué el polimorfismo del malestar chileno es el efecto de un proceso de auto-impugnación radical del neoliberalismo, que abre la posibilidad de un proceso de democratización que puede terminar siendo exitoso o fracasar en el intento.
El tiempo sobre el que está inscrito el neoliberalismo está dividido, desarmado, roto, sometido a una impugnación radical desde siempre, rompiendo con ello el mito de la linealidad estructural en la experiencia misma del neoliberalismo. El malestar es un síntoma de estos tiempos que corren a contrapelo del bienestar neoliberal. En esta falta de unidad de la historia del neoliberalismo radica todo el potencial post-neoliberal que ofrecen generosamente los acontecimientos mayores como el 18 de octubre de 2019. Por el contrario, si comprendiéramos el malestar como un operador de sentido que consuma o restituye la unidad de la experiencia neoliberal, entonces la tesis de un malestar así planteado también debería ser considerada una forma de racionalización. Este concepto racionalizado de malestar sí que oblitera el pensamiento de una impugnación radical. Por eso estoy seguro que el concepto racionalizado de malestar es funcional al relato del neoliberalismo como fatalidad absoluta. Lo mismo podría decirse del concepto racionalizado de bienestar: funcional al relato de un optimismo absoluto. El optimismo y el fatalismo son racionalizaciones en la medida que invocan un determinado horizonte bajo el cual defenderse de este tiempo desquiciado que no ofrece ninguna certeza respecto a la vida o la muerte del neoliberalismo, no obstante, tiempo desquiciado que no deja de multiplicar las oportunidades para que algo nuevo pueda ocurrir (para mejor o para peor, pero inédito, en cualquier caso).
En este marco, creo que la tesis sobre la experiencia neoliberal como triunfante “temporalidad única”, en rigor, vendría a exponer una racionalización profunda, una suerte de mecanismo de defensa frente al acontecimiento, frente a lo que viene tanto de un pasado absoluto como de un porvenir inanticipable. Por eso en “El desencanto como racionalización” me ha preocupado tanto el pesimismo de Castro Orellana. Es lo sintomático de ese “pesimismo hiperactivo” en un autor que respeto por su rigor teórico lo que me ha terminado perturbando. Por eso insistiría en la idea que me provocó la lectura de “Sigue ganando el neoliberalismo” pero tirando ahora del hilo argumental de “El coraje de gobernar”: sostener que la catástrofe es la regla de la historia del bienestar neoliberal, determinando esta historia del bienestar bajo la temporalidad egológica que hace suyo el concepto de la subjetividad neoliberal (incluso cuando adoptamos un pesimismo hiperactivo frente a ese insufrible bienestar), impide dejarse razonar por la novedad que desencadenan los acontecimientos. Acontecimientos que son tales precisamente por irrumpir sin programa, sin horizonte de espera, sin lógica predeterminada.
Estaría de acuerdo con la mayoría de los argumentos de Rodrigo Castro siempre y cuando desplazáramos la concepción metafísica del tiempo del neoliberalismo como “temporalidad única” y la sustituyeramos por una hipótesis que partiera de la estratificación de ese tiempo esencialmente roto, fuera de quicio sobre el que se implementa el experimento neoliberal chileno. Entonces podríamos comenzar a abordar el ensamblaje de los dispositivos gubernamentales desde una experiencia que ya no sería puramente la del tiempo que se deja calcular por la lógica neoliberal15Acaso esta concepción metafísica del tiempo neoliberal se articule con la estética de la mirada neoliberal que le atribuí a Castro Orellana en su recurso argumental a No de Pablo Larraín que, reitero, permitía interpretar los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2021 como la confirmación del triunfo de la subjetividad neoliberal, como la confirmación de la unidad de sentido entre los resultados de la primera vuelta presidencial del 2021 (triunfo parcial de Kast) y los resultados del plebiscito de 1988 (triunfo absoluto del No). Frente a esta “temporalidad única”, propongo pensar políticamente la estratificación de la experiencia del tiempo, por ejemplo, desde la óptica de cierta contemporaneidad anacrónica. La coyuntura abierta entre el 21 de noviembre y el 19 de diciembre del 2021, desde mi punto de vista, efectivamente invocó el espectro plebiscitario de 1988, pero no para confirmar el triunfo de la subjetividad neoliberal de la dictadura en el ocaso de la postdictadura, sino para reanudar aquél fragmento de la historia que fue parte de la derrota del Sí en 1988, enmudecido tras el triunfo del No en 1988, pero que resistió espectralmente durante toda la postdicadura. Ese fragmento enmudecido de la historia chilena, le ha permitido hablar a la nueva generación de izquierda desde una esperanza que no podría haber tenido lugar sin la melancólica resistencia al triunfo neoliberal de la izquierda de la generación vieja. Respecto a la coyuntura abierta por el estallido social del 18 de octubre de 2019, si suspendemos brevemente la estética de la mirada neoliberal, dejando de poner el foco únicamente sobre la imagen de los saqueos al comercio, ¿cómo reflexionar sobre el significado del ataque al cuartel militar de Tejas Verdes, antiguo centro de detención y torturas, en las jornadas del 12 de noviembre de 2019?. La extrema dificultad para abrir el horizonte neoliberal a un porvenir post-neoliberal quizá guarde relación con la historia del neoliberalismo como racionalización del trauma que inaugura sus condiciones de posibilidad en Chile: el golpe militar. En su dimensión más patética, la tesis de la subjetividad egológica neoliberal supone la construcción de fuertes resistencias a dejarse conmover por los acontecimientos. Y en este sentido, me parece que el desenvolvimiento de cierta sensibilidad, la sensibilidad estético-política de las multitudes, es algo que sí puede (y debería) convivir con una crítica rigurosa del neoliberalismo.
Imagen de portada: AFP. Julio de 1945, Jardín de las Tullerías. Trabajadores municipales reinstalan estatuas que habían sido removidas para protegerlas durante la Segunda Guerra Mundial.