I. En el libro ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía, Catherine Malabou hace decir a Eliseo Reclus, que para los anarquistas el «objetivo político es la ausencia de gobierno, la anarquía, la más elevada expresión de orden«1Todas las cursivas son citas de: ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía – Adrogúe: La Cebra; Santiago: Editorial Palinodia; Donostia San Sebastián: Editorial Kaxilda, 2023.. Ausencia de gobierno: el problema del sentido que debe darse a estas palabras -dice Malabou- es la razón de su libro, al tiempo que requiere de «una nueva mirada que no la mida con la vara de las tendencias hegemónicas«. Esa ausencia de gobierno y estas tendencias hegemónicas, es lo que esta reseña propone abordar, al poner acento en algunos ejes y distinciones que la autora desarrolla en partes del libro, pero que lo van atravesar completamente.
II. La primera distinción en la que repara Malabou es entre anarquía ontológica y anarquismo político. Con anarquía ontológica, la autora busca diseccionar la dominación arqueoteleológica, que impone al pensamiento y a la práctica el esquema derivativo, conforme al cual todo procede de un comienzo o principio (arjé) y se organiza en función de un final (telos). Es decir, todo derivaría desde un origen en función de una cierta finalidad. Cada uno de los apartados donde Malabou desarrolla la anarquía de «los filósofos de la anarquía« (Schürmann, Levinas, Derrida, Foucault, Agamben, Rancière) sigue, a partir de una genealogía de la tradición filosófica, el movimiento de vacilación de la «principialidad de los principios, el agotamiento de su legitimidad y su autoridad«. Según Malabou, estos filósofos de la anarquía no han hecho más que desplazar el anarquismo político a un indeterminismo dentro de la historia de la filosofía. Ahora bien, el segundo elemento de la distinción -anarquismo político-, según Tomás Ibáñez, citado por Malabou, «no es la resultante de una pura actividad intelectiva, orientada hacia el análisis o la comprensión y ni siquiera hacia la invención de conceptos«. Sin embargo, es evidente para Malabou, que para ambos elementos anárquicos, el compromiso tiende a ser el mismo. A saber, «la crítica inapelable de los fenómenos de dominación«. Para el anarquismo político «el combate es ante todo contra los mecanismos de dominación (…) la cual se dice de todas las formas de imperio que fuerzan al individuo o un grupo, a menudo por el terror, a la subordinación continua, deudora de un prejuicio gubernamental». Aquel que dicta «que algunos manden y otros obedezcan: tal es la lógica del gobierno, su prejuicio«.
Ahora bien, según Malabou el paradigma árquico sería, para la anarquía ontológica, lo que el prejuicio gubernamental es para el anarquismo político. El paradigma árquico «designa la estructura que en la tradición del pensamiento occidental, liga uno a otro soberanía estatal y gobierno«. La arjé, como principio, sitúa la cuestión de la política «en la intersección de la soberanía estatal y el poder ejercido como gobierno«. Para la tradición del pensamiento político, «lo que se prejuzga en el prejuicio gubernamental, es el parentesco irreductible entre gobierno y dominación doméstica. La ley del amo, la ley de la casa sigue siendo el modelo inconfesado de todo gobierno«. La economía, «la ley de la casa (…) mantiene con la arjé politiké una relación cuya ambigüedad es el basamento paradójico del paradigma árquico«. Para Malabou, «el pensamiento posestructuralista [y los filósofos de la anarquía], habrían tenido pues el mérito de poner a la filosofía política en general y al anarquismo en particular frente a una perspectiva teórica y práctica liberada de su visión monolítica del poder«. Ahora bien, si para Malabou esto es así, «los filósofos de la anarquía jamás conceptualizaron la dimensión anarquista de sus conceptos de anarquía. Y eso no para embarcar al anarquismo en una fase nueva, sino ante todo para disociarse de ella«.
Para Malabou, «la filosofía debe hoy interrogar al anarquismo desde sus anarquías. A cambio, el anarquismo debe abrirse al diálogo filosófico a fin de elaborar el instrumento de una diferenciación que no asoma en el horizonte«. A la vez que -agregamos nosotros- habilita un anarquismo en tanto que proyecto de emancipación posible. Puesto que, si bien efectivamente hay anarquismo en tanto expresión filosófica -es decir, una anarquía ontológica-, lo que cabría densificar es una anarquía política, más bien una política anarquista que intente dar respuesta a una crisis que para Malabou es triple: [1] «crisis teórica del marxismo, [2] crisis estratégica del proyecto revolucionario y [3] crisis social del sujeto de la emancipación universal«. Impasse o crisis, que ya hemos venido constatando hace 50 años aproximadamente, dependiendo de la periodización de cada quien.
La caída del muro de Berlín, coincidente con la transición postdictatorial chilena, se vivió como un final feliz que suscitó el mentado «fin de la historia» y el triunfo ineluctable y definitivo del capitalismo de mercado y el liberalismo democrático; desmentidos ambos, a su vez, por las oleadas insurreccionales que han venido recorriendo el globo desde Seattle en 1999, hasta el Ni Una Menos de 2015, el mayo feminista de 2018 y la insurrección popular de 2019; pasando por las revueltas estudiantiles 2006, 2011 y las primaveras árabes de 2010, 2011 y 2012, hasta la actual revuelta francesa que continúa desde marzo de este año… por nombrar sólo algunas. Lo que se presentaba como el mejor orden de la humanidad, no es sino un neoliberalismo de mercado sin contrapeso alguno y un autoritarismo democrático que, de manera híbrida, combina la «uberización ilimitada de la vida y una violencia gubernamental«. Este impasse o crisis del sentido y de la posibilidad de elaborar proyectos de emancipación que, de una u otra manera buscan su universal -derrotado, asimilado y/o exterminado- se acompaña para Malabou «de una toma de consciencia planetaria marcada por el auge de la iniciativa colectiva y la experimentación«, dada en una modalidad fractal de «políticas alternativas«. En otras palabras, dicha «toma de consciencia» cristaliza la práctica de lo que, como Colectivo Vitrina Dystopica, hemos venido llamando micropolítica de masas2De cara a la noche fascista del neoliberalismo: insistir, resistir, persistir. Versión web en: https://dystopica.org/2019/05/29/de-cara/. A su vez, lo que para Malabou ha significado «la existencia concreta de organizaciones y modos de decisión apoyados en la asunción colectiva y autogestionada de un combate, un medio, un territorio y una estructura«, a nuestro entender es el devenir molecular de la subversión3Amistades transfronterizas e inclinaciones estratégicas: intuiciones en torno al devenir molecular de la subversión en Chile. Versión web en: https://dystopica.org/2018/10/27/amistades-transfronterizas-e-inclinaciones-estrategicas/, pero que no ha logrado densificar -de momento- una instancia siguiente de articulación ampliada o, si se quiere, internacionalista. Una cierta pasión geográfica -que le otorga Malabou al anarquismo- por la cual se inclinan las diferentes formas de lucha, debe tener en cuenta dicha articulación a un nivel internacionalista, propia de los proyectos de emancipación. Sin embargo, a un nivel local, ha significado la no menos importante constitución de alianzas entre diferentes grupos, colectividades y territorios que ha permitido la coordinación de diferentes frentes en lucha y su posibilidad de encuentro (estudiantiles, feministas, defensores y defensoras de las aguas y los territorios, trabajadores precarizados, organizaciones de DDHH, luchas indígenas por territorio y ancestralidad, deudores, presos, usuarios de la salud, entre otras).
Como bien dice Malabou, «si no hay marxismo sin historia, el anarquismo es pasión por la geografía«. Dicha pasión por la geografía que corresponde al anarquismo, se debe, a nuestro entender, a la multiplicidad de colectividades, grupos, bandas, organizaciones y territorios que conjugan una geografía de luchas4Vivezas colectivas. Componer la territorialidad y la autonomía. Versión web en: https://dystopica.org/2022/11/04/vivezas-colectivas-componer-la-territorialidad-y-la-autonomia/, que no necesariamente quedaría supeditada a una cierta representación universalizante, o a un sujeto universal. La uberización del trabajo, el ecologismo radical, las luchas por la defensa de las aguas y los territorios, los diferentes feminismos, las luchas por la educación, por vivienda digna, las luchas de los pueblos indígenas y su ancestralidad, las luchas de los privados de libertad, etc. etc… componen una geografía de alianzas, cada cual con su combate, su medio, su territorio y su estructura. Además, cada una con su estrategia desde la cual y por la cual lo único que se puede prever es la insistencia de la lucha y no un sujeto universal. Intentar aplastar la singularidad de cada fragmento que compone esta geografía de alianzas bajo lo Uno, bajo algún tipo de Universal, es querer reinstalar la lógica del «paradigma árquico«, allí donde la ausencia del «prejuicio de mando y obediencia» es vista como una desventaja. Aquello, a nuestro entender, es su principal fuerza de asociación: una cierta falta de centralidad, de universalización… pero debido a una ubicuidad de las estrategias, allí donde el principal desafío es la rítmica y amplitud que puedan lograr las diferentes estrategias entre sí.
No significa con esto, en ningún caso, rehuir de la teoría ni mucho menos de la filosofía, pero a nuestro entender aquí ya no es tarea de esta última la transformación del mundo -o sí, quién sabe-. Sino más bien, amplificar de manera situada las resonancias rítmicas de cada lucha, de cada estructura, de cada territorio; al mismo tiempo, densificar -por alianzas- las intuiciones de cada estrategia en curso. Fijar, conceptualizar una geografía en curso, llegar tarde una vez más la filosofía, abre -para Malabou- el espacio de «una implicancia entre conceptualización y represión. O sea, entre política y policía; cuya complicidad revela al mismo tiempo la amplitud del sometimiento filosófico a la lógica del gobierno«. Para Malabou, «pensar filosóficamente la anarquía consistió en gran parte en subvertir la legitimidad del anarquismo, subvertir la subversión del poder; cuya condena a repetir, la filosofía asumirá sino se enfrenta a la radicalidad» de las alianzas y luchas que componen la geografía en curso de luchas actuales.
III. Cabría entonces pensar el desmantelamiento del paradigma árquico y del prejuicio gubernamental, no tanto al nivel de las formas de vida. Y es que al parecer ya no basta con «habitar de otros modos» ni con «constituirse a sí mismo» en tanto que práctica de un cierto «arte de existir«. No cabe dudas que estas formas de «invenciones del sí mismo como obra de arte» son tributarias de la lógica meritante de autovalorización del yo, de una subjetividad capturada por el ethos de autovalorización neoliberal. La automodulación de sí mismo concerniente a la forja del propio destino y de la propia identidad, son las banderas de los nuevos movimientos reaccionarios -neofascistas, nacionalistas arcaizantes, anarcocapitalistas y diversas variantes de liberalismo con esteroides- allí donde la subjetividad deviene dispositivo de constitución de uno mismo e inscripción del plusvalor de la bronca5Lavarse el bautismo II: el después del futuro anterior. Versión web en: https://dystopica.org/2019/07/22/lavarse2
A nuestro entender, entonces, el desmantelamiento del «paradigma árquico» y del «prejuicio gubernamental«, de nuevo, no es al nivel de las formas de vida; sino más bien al nivel de las formas de lucha que asumen una percepción estratégica y agonística de lo real, puesto que para Malabou, «hasta ahora nunca se hizo tambalear filosóficamente la legitimidad del mandar-obedecer«. Malabou insiste en que «hay que repetirlo: los filósofos no consideran ni por un segundo la posibilidad de que los hombres y las mujeres puedan vivir sin ser gobernados. La autogestión y la autoorganización no son para ninguno de ellos eventualidades políticas serias. El gobierno, en última instancia, está siempre a salvo, aunque sólo sea bajo la forma del gobierno de sí mismo: no exploraron nunca en la medida suficiente, el espacio que abriría la transgresión de la división entre mandar y obedecer, y no siempre fueron convincentes en sus intentos de distinguir realmente al anarquismo de la desbandada, la deriva y la muerte«. Es clave a nuestro entender, esta diferenciación entre las formas de vida y las formas de lucha. Ahora bien, la ofensiva es parte constitutiva de ambas formas si logramos comprender qué queremos decir con autonomía, forma de vida, forma de lucha y desmantelamiento del «paradigma árquico«. A la vez que entre ambas formas -de vida y de lucha- se busque densificar una cierta articulación ética, estratégica y política.
La forma de vida -esa vinculada a la «autoconstitución del sí mismo«- cuando se politiza y se desvincula de la lógica identitaria, da cuenta de algo así como una puesta en acto de una posible radicalización de la toma de decisiones, componiendo así una «utopía prefigurativa como horizonte político» -por ejemplo, una democracia radical-. A su vez, la forma de lucha, en alianza con la forma de vida, compone un horizonte de combate estratégico -es decir, una autodefensa en ofensiva– puesto que no se puede meramente defender la forma de vida: esta debe pasar a la ofensiva y devenir forma de lucha. Lo que para los zapatistas es el lema «tener las armas y no utilizarlas -necesariamente-» corresponde a una relación directa entre forma de vida y forma de lucha, allí donde autonomía no es independencia -la sola posibilidad de «autoconstituirse como obra«, como «expresión y arte de una existencia dada» o como forma de vida-, sino más bien como forma de la interdependencia entre los espacios autogestionarios, sus estructuras y sus formas: una densificación de la dimensión topológica o geográfica de las diferentes estrategias en alianza.
IV. Otro punto que nos parece pertinente resaltar del texto, es aquella relación que Malabou establece entre lo ingobernable y lo no gobernable. Para Malabou, «la anarquía en Foucault no debe (…) más allá de la arjé. Éste sitúa la anarquía en otra parte, donde esta resiste… y, al mismo tiempo, donde resiste tal vez al anarquismo». Puesto que no existe poder en estado puro, el origen del poder es «la resistencia al poder y, por lo tanto, un poder más«. La resistencia entendida así, sólo puede darse de un modo productivo: es decir, en la elaboración de contrapoderes que son a su vez poderes, y de contradispositivos que son a su vez dispositivos. Ante la falacia de la «constitución del sí mismo» servil al ethos de autovalorización neoliberal, es que la resistencia no puede ser pensada como mero rechazo, desligazón, oposición, éxodo. Si bien hay proceso de destitución, de desubjetivación, de desterritorialización e inoperatividad de lo dado6Primeros materiales para un nuevo ciclo de luchas. Versión web en: https://dystopica.org/2023/03/23/primeros-materiales-para-un-nuevo-ciclo-de-luchas/, es sólo en función de la espacialidad en resistencia que ya ha comenzado a elaborarse, que ya está en curso. En palabras de Deleuze, no hay salida del territorio, es decir, desterritorialización, sin que al mismo tiempo se dé un esfuerzo para reterritorializarse en otro lugar, en otra cosa7El Abecedario de Gilles Deleuze (L’Abécédaire de Gilles Deleuze). Versión web en: https://archive.org/details/gille-deleu-abec-cd-1. Nunca hay proceso destituyente sino es porque se está ya en otra cosa. Es por eso que la elaboración de contrapoderes y contradispositivos es siempre en función de una fuga de las relaciones de dominación y explotación, pero nunca de las relaciones de poder y de fuerza. Aquí es preciso recalcar a los filósofos de lo destituyente, de la desligazón, del éxodo, que la guerra apenas ha comenzado con el mero proceso de destitución. Que es igual o de mayor importancia dar continuidad concreta -por todos los medios- a dicha destitución. Y es que no hay retirada sino cuando se está ya en función del «no-lugar«, del lugar para la retirada. Puesto que la retirada o la desidentificación, la destitución, el éxodo, etc. no son en sí mismos un «no-lugar«.
Como bien hace decir Malabou a Foucault, la resistencia es nada menos que un poder en constante devenir que «obliga a las relaciones de poder a cambiar«, en el marco de una dinámica de dominación. Cambio de perspectiva, el de Foucault es un giro desde el paradigma árquico en beneficio de lo que resiste: «tomar como punto de partida las formas de resistencia a los diferentes tipos de poder. Así, entre relación de poder y estrategia de lucha [contrapoderes, contradispositivos] hay encadenamiento indefinido e inversión perpetua«.
Ahora bien, para Malabou «suspender la lógica de gobierno (…) es sin duda alguna la cuestión que le da [a Foucault] más dolores de cabeza«. En la elaboración del concepto de gobierno que lleva a cabo Foucault, es «la población [la que] va aparecer como meta última por excelencia del gobierno«, donde la constitución del sujeto como sujeto es, a su vez, «indisociable de un despertar de la conciencia. Conciencia, para el sujeto, de su carácter de sujeto«. Esto es, de su autonomía. «Por eso la sujeción es igualmente la condición paradójica de la desujeción«. La autoafección, en tanto expresión de dicha autonomía -como gobierno de sí o forma de vida-, para Malabou «designa precisamente un repliegue del yo sobre sí mismo«. Esta autoafección «reintroduce (…) el par actividad-pasividad, que es difícil de separar del par mando-obediencia. (…) Ocuparse de sí mismo significa gradual y exclusivamente gobernarse a sí mismo. El cuidado de sí implica en cierto modo la interiorización del paradigma árquico, la lógica del mando y la obediencia», pero como dos caras de una misma autoafección que tiene relación directa con el control de sí, servil a la autovalorización meritante de la lógica neoliberal.
Para Malabou, «lo no gobernable es, como el animal, lo que no puede más que dominarse, nunca gobernarse. Un perro -dice- sólo obedece debido a que está adiestrado, y en ese sentido permanece no gobernable, indiferente«. Lo no gobernable, entonces, es aquello que se opone a la hegemonía; mejor, le es totalmente indiferente. Ahora bien, esa misma forma de vida, que no es una forma de lucha, se expone por completo a la dominación -o, a la cacería8Las cacerías del hombre. Historia y filosofía del poder cinegético – Santiago: LOM Ediciones, 2014.-. «Se lo puede aplastar, se lo puede romper, reducir a migajas, se lo puede exiliar y torturar«. Pero aquí Malabou no acierta del todo, puesto que antes que un recurso y una ventaja, la reducción de la forma de vida a una cierta animalidad no puede ser leída como totalmente ajena a todo gobierno. Antes bien, es precisamente esta posibilidad de quedar expuesto a la cacería y al asesinato, una expresión de la dominación, de su gobernabilidad; y no tanto como ausencia de principio, sino que como verdad última de su expresión. Expresión misma de su arjé. Los migrantes, los refugiados, los privados de libertad, habitan espacios donde se ensayan formas negativas de la gobernabilidad -o, necropolíticas9Necropolítica seguido de Sobre el gobierno privado indirecto – Santa Cruz de Tenerife: Editorial Melusina, 2011.– donde es muy difícil ver de manera afirmativa «la destitución del paradigma árquico«. Esta animalidad prepolítica, por mucho que Malabou discuta lo contrario, sí depende de principios. Y más que desdibujar los límites entre medios y fines y concentrarse en el presente -en tanto que acción prefigurativa– reafirma el paradigma árquico, el eje mando-obediencia y la exposición a la muerte de aquello que se pretenda ingobernable o no-gobernable. Esa diferencia, ese entre lo no-gobernable y lo ingobernable, ese afuera, «a primera vista ínfimo pero en realidad abismal«, es un plano completamente gobernado por una distribución de diferentes exposiciones a la muerte y regulada en los límites de lo legal. Espacio intersticial, que habilita un cierto pliegue de la ley, producido como abandono organizado10Abandono Organizado. Conversación con Alejo Stark. Versión web en: https://dystopica.org/2018/08/23/abandono-organizado/), en tanto que axiomática fundamental para la propia preservación y existencia de la dominación y la explotación.
Para Malabou, «lo que la dominación procura aplastar y hasta destruir es algo que -dice ella- no entra en la relación de poder. La indiferencia al poder, la indiferencia a la lógica del mando y la obediencia, la ajenidad a la libertad misma: es eso lo que la dominación domina«. Dominación, sin embargo, precisamente como negligencia voluntaria organizada. Nada puede escapar a la gobernabilidad y su minuciosidad. La idea de una experiencia límite para Foucault, que arranque al sujeto de sí mismo, es lo que siempre le obligó a concebir sus libros -dice él, citado por Malabou- «como experiencias directas tendientes a arrancarme a mí mismo, a impedirme ser yo mismo«. Experiencias límite, abandono organizado, exposiciones diferenciadas a la muerte: este anarquismo que Malabou encuentra en Foucault, se asimila demasiado rápido a ese carácter inconfesable de todo gobierno, de todo poder: no tanto como una cierta organización de las formas de vida, de las constituciones de sí mismo… sino más bien como formas organizadas de diferentes niveles de exposición a la cacería, a la prisión, a la dominación, a la explotación, al abandono, al asesinato.
V. Hasta aquí estas anotaciones al margen de un libro que saludamos y que logra medirse con todas las preguntas que se le puedan hacer: desde diferentes lugares y con variabilidad de intensidades, puesto que no rehuye de ninguna. Y que al mismo tiempo intenta -sobre todo- abrirse a la pregunta por cómo sería la puesta en acción de «una palabra militante y no únicamente meditante«. Una palabra -nos dice la compañera- «militante-meditante [así con guión] que abra al actuar filosófico su compromiso alternativo en la horizontalidad (…) cuando nos resulta urgente y difícil distinguir entre horizontalidad y desregulación, liberación y uberización, ecología y economía«.
Texto leído en la presentación del libro de Catherine Malabou, el día miércoles 28 de junio de 2023 en librería Alma Negra, Santiago.