“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Pero si quiero explicárselo al que me pregunta, no lo sé”. De esta manera Agustín de Hipona expresaba la perplejidad que suscita la pregunta por la realidad del tiempo, fenómeno escurridizo que, a lo largo de los siglos, ha seducido a incontables filósofos de las más variadas épocas y corrientes.
Podríamos decir que el recientemente publicado libro de Sergio Rojas, Tiempo sin desenlace, se inscribe en esa tradición de larga data. No obstante, eso sería así si omitimos una peculiaridad que, en este texto, es esencial: en él no se discurre sobre la ontología del tiempo, sobre su naturaleza última, sino que se expone la forma que adquiere este en la constitución de la subjetividad contemporánea, como esta es atravesada y configurada con relación a aquel. Se busca dar cuenta, en último término, de la condición del sujeto post-moderno.
Así, por un lado, el libro nos sitúa en los estertores de la modernidad, donde habitamos sus ruinas y recorremos sus vestigios, sus proyectos inconclusos, sus promesas incumplidas; nos situamos en el límite interior de la clausura de una época que se rehúsa a culminar. Pero, por otro lado, este fin y su inminencia no abren ningún futuro que inaugure una nueva época histórica, no anuncian un horizonte de porvenir cargado de proyectos unificadores que restituyan la pertenencia a un tiempo común; la modernidad que se resiste a desaparecer, el futuro que no augura un nuevo comienzo. Tiempo del fin, pero sin final.
La ausencia de un relato histórico que congregue a la aleatoriedad de los acontecimientos en un marco de sentido único, que imprima una teleología al devenir histórico estructurando los hechos en relaciones causales y jerarquías narrativas; esta es la carencia esencial de nuestro tiempo, la fractura irreparable que Rojas constata en la radiografía de nuestro presente. En este panorama, el sujeto se halla profundamente desorientado, aturdido por un golpe que no cesa de resonar, sin poder encontrar la correspondencia entre, por un lado, sus condiciones concretas de existencia, el horizonte de expectativas de vida junto con los medios adecuados para satisfacerlas y, por otro lado, su lugar dentro del espacio histórico que habita, su incorporación dentro de una comunidad temporal que provea el marco unificador sobre el cual despliega su realidad íntima. La ausencia discursiva de una trascendencia donadora de sentido ha producido el desfondamiento de la materialidad de la existencia. Los relatos totalizantes se encuentran desactivados, la contingencia de la situación concreta de vida se halla completamente insubordinada. La muerte de Dios, según nuestro autor, entendida como el agotamiento del proceso mediante el cual se somete de la facticidad de la existencia a un relato metafísico capaz de contenerla, el vaciamiento del orden de la trascendencia que no permite contener y, a la vez, fundamentar la aleatoriedad de la inmanencia de los hechos; ese acontecimiento expresa la condición esencial de nuestro tiempo. En este sentido, Dios como figura articuladora de un horizonte de sentido, su decadencia y su ineficacia para responder al por qué esencial que aporta el significado fundamental a la cotidianidad de la vida, ha hecho estallar en mil pedazos las pretensiones modernas alrededor de las cuales el individuo inscribía la intimidad de su existencia. Ahora, el progreso como imperativo de la técnica y la expansión infinita del mercado a todos los rincones del planeta son las notas dominantes que, carentes de narrativas omnicomprensivas y relatos unificadores, han configurado un escenario histórico en donde la subjetividad se encuentra ontológicamente desprotegida, metafísicamente desnuda, social y políticamente desarraigada.
Para pensar esta situación, Rojas recurre a los más variados recursos estéticos y filosóficos que operan como fragmentos, esquirlas de una época destrozada, de un tiempo ido, intentado con ello no reconstruir o recomponer un imaginario inacabado, sino exhibir y abordar la condición estructural que caracteriza nuestro presente: el hecho de habitar entre las ruinas de un proyecto incompleto. Material audiovisual, pictórico, literario y filosófico se conjugan y se acoplan en un máquina teórica destinada a desarmar las pretensiones que en algún momento se abrazaron, desnudar la matriz ideológica que implicaban y exponer el naufragio existencial al que nos derivaron.
Con respecto a la estructura del libro, este se divide en cuatro partes internamente diversas, en donde cada capítulo contenido en aquellas nos ofrece un penetrante análisis del material particular que en ese momento se está tratando. Así, por ejemplo, Rojas se desplaza de la reflexión sobre la naturaleza del espacio cotidiano contemporáneo a una exposición de la literatura de Houllebecq como registro estético de la subjetividad individualista con una claridad y coherencia intelectual impecables. En este sentido, en cada nuevo capítulo el lector se sumerge en una reflexión completamente innovadora respecto a la anterior, integrando elementos variopintos para retratar las características fundamentales que configuran el panorama de nuestro presente.
Fantasmas y zombies como figuras estéticas que reflejan aspectos del individuo contemporáneo. Memoria y escritura como registros esenciales para habitar el presente. Aburrimiento, desengaño y desgano como rasgos psicológicos consustanciales a la subjetividad actual. Lo ‘tremendo’ como la forma que adquiere el pensamiento que desborda la distinción sujeto/objeto, característica del tiempo al que asistimos. Todo esto se articula en un aparato teórico constituido por la más vasta recopilación teórica y filosófica, añadiendo la agudeza de una mirada intelectual y la profundidad de un análisis que le entregan al lector un conjunto de valiosas herramientas para pensar nuestro presente.
En conclusión, Tiempo sin desenlace es un texto imprescindible para comprender la radicalidad de nuestra época sin nombre, aquella caracterizada por la desilusión y la desesperanza, incrustada en los intersticios de un final que no acaba y un inicio que no llega. Un intento crucial por recoger y ofrecer los materiales que permiten dar cuenta de una temporalidad que agónica que no termina de fenecer.