Desde que Bill Readings desarrolló su crítica a la “Universidad de excelencia” –modelo neoliberal que en Chile conocemos como “Universidad de calidad”– múltiples trabajos han redundado en la misma idea, mientras la misma neoliberalización de la universidad se consuma día tras día. A este respecto, me interesa un asunto más general que concierne al devenir de las humanidades. La hipótesis que quisiera sostener es que el declive de las humanidades (que se expresa en las diversas formas de retroceso de su financiamiento a nivel mundial, en su ausencia de la discusión pública y, sobre todo, en su transformación como curriculum “suntuario” –preparatorio y general- para carreras diversas-, no tiene que ver con su poca “rentabilidad” como habitualmente se esgrime sino con una operación de sustitución que ha desplazado a las humanidades por otras disciplinas que vienen a cumplir su otrora función: las ciencias gerenciales.
Como se advierte en el texto de Immanuel Kant titulado El conflicto de las facultades donde, vía la facultad menor –la “filosofía”– se erige en el lugar “mayor” de la crítica (el examen de saberes que no pueden dar cuenta de sí mismos), las humanidades aparecen como el descentrado centro del saber estatal, aquél que tiene la capacidad del juicio gracias a la examinación de las condiciones trascendentales de la verdad. En este sentido, las humanidades –es decir, la “filosofía” como “facultad menor”– se arrogan el juicio sobre los saberes y, en ese mismo sentido, la constitución, por tanto, de un determinado sujeto de la razón.
En este punto, Kant advierte perfectamente el problema de las humanidades: la constitución de un tipo de sujeto necesario para el funcionamiento de la República, de aquél sujeto identificado al “hombre” que determinó que lo que aún en Kant aparecía bajo el término “filosofía crítica” se consumara en “antropología” (Feuerbach) para desplegarse como “ciencias del espíritu” (Dilthey) o sus derivaciones en la forma de las “ciencias humanas”. En cualquier caso, todo consiste en situar a las humanidades como el conjunto de saberes y técnicas capaces de producir un tipo de sujeto, una forma particular de “hombre” republicano, estatal-nacional.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando triunfa el capitalismo neoliberal y es el mismo cimiento del Estado moderno el que queda sobrepasado por las grandes corporaciones financieras? Mi hipótesis es que las humanidades son sustituidas por otras ciencias, las ciencias empresariales o manageriales. Estas últimas, se han hecho cargo de situar la cuestión de la subjetividad, modificándola sustantivamente más allá de la forma kantiana con la que la filosofía concibió al sujeto moderno. Las ciencias gerenciales trazan otra subjetividad desplazando así a sus antiguas herederas: las humanidades.
Nuevas formas de subjetivación apropiadas para las lógicas del capitalismo financiero trasnacional y sus reductos institucionales como las universidades que terminan respondiendo al nuevo régimen de producción. De esta forma, la “crisis de las humanidades” no se debe solo al problema de la “rentabilidad”, sino a un asunto mucho más profundo que condiciona y explica al anterior: los modos de subjetivación. Las humanidades decimonónicas no tienen ya la potencia que tenían en el escenario estatal-nacional. Por eso, el propio management las transformó arrojándolas al vestíbulo de la historia e imponiendo otras ciencias capaces de urdir las condiciones para las nuevas formas de subjetivación requeridas: las ciencias gerenciales. Las humanidades clásicas parecen poco “flexibles” para la optimización exigida en la nueva época capitalista. Estas pertenecen a otro estadio del capital y, en este sentido, a otro momento de su organización. Las humanidades clásicas posibilitaron la emergencia de la burguesía con su imaginario nacional y, por cierto, su “crítica” (Kant).
Las nuevas humanidades –las ciencias gerenciales– vuelven caduco al sujeto moderno desarticulándole para promover diferentes formas de subjetivación parciales propicios para el devenir algorítmico de la nueva burocracia financiera. Las clásicas humanidades aún apelaban al “ser”, las nuevas lo hacen al “proceder”. Son gestionales, antes que especulativas, pues irrigan el campo de inmanencia en el que se produce la financiarización microfísica del capital y su reproducción.
A veces, se tiende a pensar que la “crítica” sería propia de las humanidades. Es una afirmación sensata, sin duda, toda vez que ellas derivan de la “inversión” planteada por Kant. Pero, las ciencias gerenciales no requieren de la crítica (la examinación acerca de las condiciones trascendentales de la verdad), sino de la “optimización” (la evaluación flexible y permanente para “mejorar” los procesos). La crítica, ha sobrevivido, sin embargo, a su época mutando decididamente en formatos “menores” como el ensayo o la traducción. Importante son estas otras formas no porque porten la autenticidad de las “humanidades” perdidas, sino porque abren el carácter “inauténtico”, “sucio” si se quiere, de las propias humanidades, en la medida que en ellos se tejen modos “defectivos” de subjetivación que las nuevas humanidades (ciencias gerenciales) pretenden arrasar.
Las ciencias gerenciales necesitan de la “investigación”. Pero de una investigación sin mundo y, por tanto, sin crítica en la medida que esta última remitía –todavía- a un mundo en común que Kant caracterizaba de “público” (el “uso público de la razón”, decía). En este sentido, se arraiga la tesis de Marta Nussbaum cuando sostiene que las humanidades serían la condición de la democracia. Esta tesis solo puede sostenerse en la medida que no nos hacemos cargo de la transformación sobrevenida entre las clásicas humanidades y las nuevas ciencias gerenciales y seguimos pensando bajo el formato liberal clásico. Proceso de transformación que implica a la materialidad del capital y sus nuevos despliegues gubernamentales en el financiamiento de nuevos proyectos de “humanidades” en sentido clásico justamente porque ya no tienen relación con el mundo en que habitan –aquello que ahora la tecnocracia denomina “vinculación con el medio” y que, por tanto, no es mundo, sino simple “medio” (en el sentido que lo piensa el neopositivismo y su teoría general de sistemas), espacio exterior, exento de vida.
Toda investigación parece exenta de mundo, operando exclusivamente en los flujos del globo y precisamente porque está inscrita en ellos no representa un problema o un peligro para la subjetivación propuesta por las nuevas humanidades: el académico solitario, emprendedor de sí mismo, que colabora accidentalmente con otros en algunos otros proyectos, que debe rendir cuentas de sus gastos y “concursar” para recibir el erario supliendo así las cada vez más precarias condiciones de su trabajo académico, constituye la figura clave en este proceso.
Mientras se financian a las viejas humanidades, las prácticas y discursos de las instituciones del conocimiento, regidas por el ranking y el significante vacío que vocifera “excelencia” hacia todos los rincones de la tierra –conducidos por las lógicas del Banco Mundial, en el fondo– ponen en práctica a las nuevas humanidades y sus nuevas formas de subjetivación. En otros términos: el cultivo de las viejas humanidades es refutado en la práctica por el mismo formato que las intenta rescatar.
Así, nos encontramos con la paradoja de que a mayor cultivo de las viejas humanidades menos mundo éstas pueden forjar. Se abre entonces la cuestión de cómo pensar otras humanidades que no se recluyan en el capitalismo académico, pero que puedan interrumpir el libre flujo de las nuevas humanidades. “Interrumpir”, instalando preguntas, abriendo problemas, situando el acontecimiento del pensamiento que solo puede advenir tal en la medida que se mide con su presente.
A esta luz, la transfiguración de la Universidad estatal-nacional por la Universidad neoliberal no pasa solamente por la privatización y “gerencialización” de sus procesos, sino por la sustitución de las humanidades clásicas a favor de las nuevas humanidades: las ciencias gerenciales. Así, la “facultad menor” no es relevada por la “economía” como se podría pensar, sino por un conjunto de saberes que constituyen un nicho de indagación e intervención esencialmente gestional y “subjetivo”: publicistas, programadores, estadísticos, psicólogos, antropólogos, filósofos del coaching, o de la ética empresarial, son parte de la nueva fauna de las nuevas humanidades que, por función, sustituyen a las antiguas no para constituir a un “ciudadano” tal como ocurría en el escenario estatal-nacional de la modernidad clásica, sino para constituir al nuevo cyborg en vista: el “capital humano”. El “capital humano” es el término técnico que cristaliza la identificación total entre capital y humanidad: así como para Hegel Dios termina por identificarse con la historia, para Hayek, el capital termina por identificarse con el hombre. La historia humana coincide, ahora, punto por punto, con la historia del capital. Hayek es el Hegel de la época del capitalismo global.
Por eso, el neoliberalismo no es un simple sistema económico, sino un régimen de veridicción que, por serlo, resignifica a múltiples disciplinas que ahora comenzarán a hablar un léxico gestional. No es que en él se privilegie a la economía por sobre cualquier otro saber, sino que todos los saberes devienen economizados. Por eso, el propio Hayek denominó su proyecto bajo la rúbrica de “filosofía de la libertad”: en cuanto “filosofía”, ella abarca todas las esferas de la existencia, pues en cada una de ellas, se arraiga el lugar de la “libertad” como dispositivo de orden gerencial (véase al respecto la noción de “orden espontáneo”).
En esa situación, la multiplicidad de técnicas subjetivantes se despliegan volviendo a las viejas humanidades un conjunto de piezas de museo o, si se quiere, un conjunto de disciplinas “suntuarias” destinadas a la “cultura general” de carreras “rentables” precisamente porque su otrora fuerza subjetivante ha sido relevada por las nuevas humanidades y su proyecto de optimización.
En todas partes, la lengua bajo la que estamos exigidos a hablar es la de las nuevas humanidades. La Universidad (sea jurídicamente pública o privada, en Chile eso da casi lo mismo) está hablando esa misma lengua (si acaso no es esa misma lengua) y nosotros no dejamos de ser hablados por ella. En este sentido, no se trata de restaurar a las viejas humanidades, pero tampoco de reinscribirlas en el erario de las nuevas humanidades; dos posiciones igualmente especulares que, en último término, no dejan de hablar la misma lengua.
Más bien, a través de diferentes prácticas de pensamiento como el ensayo, la traducción, el libro, revistas u otros soportes (conversatorios, coloquios o registros audiovisuales), la pregunta políticamente clave sería ¿en qué medida podemos abrir un “afuera” al interior mismo de esa lengua? ¿De qué forma volvemos a erotizarnos con el mundo cada vez que pensamos? Antes de plantearse preguntas falsas del tipo ¿se trata de estar con o sin la Universidad? ¿de ser o no ser académico? Me parece que se hace necesario desplazar la dicotomía de esas preguntas y atender las topologías que las exceden: pensar los no-lugares en los mismos lugares, el “afuera” en el “adentro”, al igual que cuando irrumpen los sitios eriazos en medio de las grandes carreteras urbanas y solo reparamos en ellos cuando el automóvil falla.
Imagen de portada: Pablo Zamorano @Locopek