Miguel Vicuña Navarro, Menuda apocalipsis

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Con motivo del fallecimiento de Miguel Vicuña Navarro en horas de la madrugada del día 1 de enero de 2023, reproducimos su ensayo publicado en el primer dossier de Revista Disenso. A la luz de los acontecimientos, esta escritura adquiere renovados sentidos: la comunidad de lectoras y lectores podrá encontrar aquí los materiales de un manifiesto ecológico y vitalista, vale decir, las disposiciones y los gestos poéticos de una utopía fraguada en medio del desastre del presente, aquella de una experiencia imaginada donde el ser humano comparece al conjunto de todo cuanto existe. También, encontrará declamaciones éticas que le permiten reivindicar su propio confinamiento como un repliegue que –desde hace años, según indica– «favorece un ejercicio de flexión que es el plegarse en el pliegue de la lectura, la consideración, la escritura, la skholé, o sea el ocio mismo, que tiene algo de poético».

Miguel Vicuña Navarro es poeta y filósofo. Nació en 1948. Desarrolló sus estudios iniciales de filosofía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile (1966-1972), en el que se graduó con la tesis “Meditatio, eversio, cogito” (1974). Desde 1974 –luego del Golpe de Estado en Chile– permaneció en Francia, donde prosiguió estudios doctorales de filosofía en la Université de Paris – I (Panthéon-Sorbonne) y en la École de Hautes Études en Sciences Sociales. Allí, tuvo ocasión de asistir a cursos y seminarios de Emmanuel Lévinas, Jacques Derrida y Michel Foucault. Entre 1979 y 1982 transitó entre Madrid y Barcelona, donde desarrolló el oficio de traductor, redactor y corrector. En 1980 publica su primer poemario “Levadura del Azar”, al que luego le sucederían “Lengua de Cordero con Piel de Oveja” (1986); “Parábola Reversa” (2004); “Dicha Non Desdicha” (2009); “Suerte Sortija” (2015); y “NUN” (2019). Regresó a Chile en 1984 y hasta 1988 ejerció como coordinador de publicaciones de Editorial Universitaria. Desde entonces enseñó filosofía en varias de las más importantes universidades del país y fue director de la Escuela de Filosofía de Universidad Arcis. A lo largo de su vida, publicó numerosos artículos y estudios de crítica y filosofía. En 1999 escribió, junto al poeta Armando Uribe Arce, “El Accidente Pinochet” y en 2017 una colección de ensayos políticos bajo el título “Contingencia de Chile”. En 2019, junto a varios de nosotros participó de la organización en Santiago del «Coloquio Internacional de Biopolítica: ontologías del presente». Hasta su fallecimiento fue miembro de la dirección de la Fundación Juan Enrique Lagarrigue.

¿Acaso los poetas y los filósofos dejan de serlo después de abandonar la vida biológica? ¿Acaso no siguen existiendo cada vez que se los piensa y sus palabras resuenan en nosotras y nosotros? ¿Qué sería de la poesía y la filosofía –hubo un tiempo, aquel del poema trágico, que es también el de Miguel, en que esta frontera resultaba indistinguible– sin esta renovada forma de vida?

Miguel Vicuña Navarro, In memoriam.


En las últimas décadas y, tal vez, más visiblemente en estos últimos años, han surgido en nuestro Planeta, particularmente en cuanto atañe a estos mamíferos superiores que nos hemos autodenominado primates, en aquella su forma que hemos llamado “humana”, robándole a la buena tierra generosa de nuestros inmensos y soberanos pagos el nombre y la imagen, han aparecido, digo, señales fuertes, nítidas, inequívocas, violentas y perentorias que enuncian la ineludible transmutación del régimen socio-político-económico-cultural que el mal llamado homo sapiens se ha impuesto a sí mismo y al mundo todo desde hace no sólo trescientos años, sino muchos más, quizá desde los propios inicios del capitalismo, por no volar hacia un pasado algo más remoto, al así llamado neolítico1Breve recuento de algunas pocas de esas señales: la primavera de Praga (1968), mayo del 68 de París, la caída del muro de Berlín (1989), los Indignados de Nueva York (2011), los Indignados de Madrid (2011), movimiento de los “chalecos amarillos” en Francia (2018), la “rebelión popular” de Chile (2019)..

Y en estos últimos días, semanas, meses, desde que irrumpió el nuevo virus en el centro de China, en Wuhan, junto al Yangtze-Kiang, que Mao atravesaba a nado de ida y vuelta, se ha establecido con todos sus fueros la Gestión Mundial de la pandemia que, de forma aparentemente respaldada y legitimada por medio del ejercicio de una sospechosa unanimidad universal que nadie controla, ha impuesto en casi todo el Planeta un régimen de excepción que permite la reemergencia de los espectros del totalitarismo del siglo XX, espectros que espantan a los fantasmas del totalitarismo actual, el de este siglo XXI que se inició en 1989.

En esta lucha de fantasmas contra espectros nos vemos día a día cumpliendo unas mínimas tareas (las que nos permite y a las que nos obliga el Régimen Sanitario en su configuración local o regional) que nos llevan a confrontarnos unos & unas con otras & otros en el espacio ciudadano restringido por el confinamiento obligatorio. Así nos encontramos (a prudente y reglamentaria distancia) unos y otras en la cola de entrada en el supermercado (que disciplinadamente restringe el número de clientes en el interior de su espacio mercantil) debida y controladamente provistos de nuestros guantes protectores, nuestros barbijos inmunizantes y, por supuesto, premunidos de nuestros teléfonos inteligentes que no sólo nos permiten matar el tiempo de espera (manual y formidable pasatiempo), sino recibir a mansalva las noticias espeluznantes sobre el avance de la peste, así en el mundo todo, como en las localidades próximas de nuestros barrios.

Tengo muchos amigos y amigas que no se comportan como la gente pudiente. Ni compran guantes ni máscaras, aunque sí se laven las manos con jabón. Pilatos dicen que se lavó las manos. Pero no usó jabón, al parecer. Son personas, familias, grupos, barrios, vecindades, cabildos, asambleas territoriales, pequeños clubes de Tobi o de Lulú. Se protegen, más que ante el virus, contra la acción criminal de la autoridad: las unidades sanitarias que no están, los teléfonos que no responden, la policía que huye como si fuese perseguida por los héroes de la “Primera Línea”.

En cuanto me pueda concernir en lo particular, por mi parte, el confinamiento mismo no me resulta demasiado perturbador, ya que desde hace muchos años me he mantenido y sostenido en un repliegue que favorece un ejercicio de flexión que es el plegarse en el pliegue de la lectura, la consideración, la escritura, la skholé, o sea el ocio mismo, que tiene algo de poético. Una coyuntura en la que el uno puede tornarse ninguno. En la que el replegado & flectado agradece el ninguneo como un don protector e inmunizador. Por coronado que parezca, el virus, su pandemia y su política sanitaria no pillarán desprevenido a este pliegue replegado. Otros & otras confinadas nos avisan que abandonan el confín y se tornan meramente finadas & finados. Hasta ahora representan aprox. el 0,6 % de la población mundial y el 5 % de las personas oficialmente infectadas.

No se crea que procuro minimizar la envergadura de la peste en marcha. Poco sabemos de ella: mucho de lo que se va conociendo se mantiene en reserva. Las informaciones que evacúan regularmente las diversas instituciones pertinentes (ministerios de sanidad, organismos médicos, universidades, institutos de investigación) suelen ofrecer rasgos de imperfección, manipulación, restricción de carácter político-comunicacional. Los innúmeros Estados nacionales (que ahora han retornado por sus fueros frente al omnímodo poder de los grandes consorcios transestatales) han adoptado políticas disímiles y contrapuestas frente a la expansión del tenebroso virus coronado, procurando sus agentes rendir ante su electorado una demostración de sus méritos. En Chile, cuando la peste ya ha generado cifras importantes (más de 5.000 infectados; cerca de 50 fallecidos), el ministro de Salud, Jaime Mañalich, pese a su odioso talante frente a los organismos sanitarios del país y a su deplorable desempeño en políticas públicas de sanidad, ha emergido como una fuerza dominante, apoderada de la Gestión Mundial, que ha desplazado y reemplazado al minimizado y ridiculizado Presidente de la República.

A diferencia de sus hermanos anteriores, este virus, por la pandemia que ha generado en el mundo humano del Planeta, ha emergido como un formidable agente político-cultural que ha desplegado una apokálypsis, es decir, un desenmascaramiento, una demostración, una revelación, una exposición desnuda de las condiciones reales de las cosas. Los Estados desplazados, minimizados, subsidiarizados por la supremacía tiránica del neo-neo-neo-capitalismo, tras haberse despojado de buena parte de su infraestructura pública en materia de sanidad, se han visto confrontados, en la obligación que la pandemia impone, a hacerse cargo de la sanidad pública (es su obligación ético-política) sin contar con los recursos necesarios.

El pánico inducido se orienta, según creo, a generar efectos diversos. La cuasi obligatoria concurrencia de las inmensurables fortunas de los hiperconsorcios, así sólo fuere en una mínima poruña, a solventar todos los innúmeros pesos y pasos que una política pública debe asumir para enfrentar la crisis sanitaria y económica (una vuelta de tuerca, comparado con la crisis de 2008, cuando fueron los “Estados” quienes socorrieron a los bancos en quiebra). La obediencia disciplinaria, la sujeción reglamentaria, la organización de la supremacía de los que efectivamente mandan y ejercen el poder. La ocultación de la apokálypsis –operación imposible, dada la fuerza imparable de la revelación (o, si se prefiere, revolución).

El así llamado orden dominante (mal llamado, pues organiza y administra el desorden de la guerra, la masacre y el crimen), a saber, el régimen del predominio tiránico del capitalismo transestatal, ha generado no sólo la desigualdad, término eufemístico para designar el abismo extremo, insondable, entre los infinitamente miserables, despojados de agua y luz, alimento, protección, salud, educación, y los infinitamente opulentos, reunidos en consorcios y supra-re-plata-formas que les aseguran el interminable crecimiento exponencial de sus fondos, recursos, haberes y poderes (mensurables, en parte, en miles de miles de billones de dólares). Ha generado la devastación del planeta: envenenamiento de las aguas; polución de los océanos; destrucción de los glaciares; contaminación de la atmósfera; ruptura de la corteza terrestre y las vías de las aguas subterráneas; exterminio de bosques y selvas nativas; destrucción de la vida y su diversidad. Y ha consagrado como un “hueso de santo” a uno de los más vacíos, bobos, destructivos, degenerativos y corruptores de los así llamados valores: el valor “lucro” / “beneficio” / “crecimiento” / “acumulación infinita”, o sea, el valor del dólar o la moneda de turno que aplasta y apachurra a todos los valores de la cultura humana, generando un ejemplar humano mínimo, reducido a $US, degradado a mera capacidad prostitutiva. (DOLLAR / In God we Trust).

Probablemente Giorgio Agamben en su columna muy discutida “La invención de una epidemia” (febrero 2020)2Giorgio Agamben, “La invención de una epidemia”, El Desconcierto / 2-3-2020 (traducción de Iván Torres y Tuillang Yuing). arremetió contra la forma abusiva y tiránica de ejercicio de una autoridad (sanitaria) que por momentos puede revestir otro carácter (política), sin poder conocer todavía el potencial bio-tánato-político del virus mismo: su capacidad de remecer y revolver y poner en evidencia el propio ejercicio del poder político, en particular en la esfera de la salud pública. Precisamente el mero poder tiránico de la autoridad público-mundial sanitaria resulta cuestionado por el avance de los contagios: ello pone de relieve (es una apokálypsis) la irracionalidad del sistema dominante: así en salud, como en ecología, economía, educación, etc.

Lo que la apokálypsis muestra y exige es la reforma (mutación) del régimen dominante: la detención / supresión del neo-neo-neo-capitalismo (su propia expansión ha sido la causante de la irrupción de los nuevos virus y sus correlativas pandemias ya desde fines del siglo pasado). La supresión de la “extrema riqueza” (más urgente casi que la lucha contra la “extrema pobreza”). La prohibición del extractivismo: así en el aire, como en la tierra y el mar, como en los ríos y bajo la corteza terrestre. El respeto a todas las culturas humanas del Planeta. La supremacía de todos los derechos humanos: no sólo los individuales: igualmente los históricos, sociales, naturales. La formación de una confederación de las culturas y naciones del Planeta en defensa de la vida y la creación, por la supresión de todos los crímenes contra la humanidad y contra la naturaleza. El principal agente de estos crímenes no es otro sino el aparentemente intangible neo-neo-neo-capitalismo. La confederación de las culturas y naciones y pueblos de nuestro Planeta establecerá la abolición del capitalismo (el actual y el primitivo) en favor de un nuevo régimen de vida planetaria: ecológico, sustentable, naturante, dialogante, poético, técnico, pragmático, ético.

Las formulaciones precedentes han de ser denunciadas como mera utopía, aspiración ingenua y susceptible de conducir a muchos al error político y moral. Existen, no obstante, múltiples antecedentes, informes, estudios, investigaciones que señalan o significan o demuestran a todo el mundo que el régimen socio-político-económico-cultural dominante (por comodidad le llamamos neo-neo-neo-capitalismo), aunque sea viable para él mismo, es inviable para la vida no sólo de las poblaciones humanas mayoritarias, sino igualmente para la vida natural del Planeta, así en la selva, como en el aire y el océano. Inviable es eufemismo: dígase “letal”. Más letal que la última y actual pandemia de coronavirus es, sin duda, el neo-neo-neo-capitalismo, régimen que pese a todo asume, con ímpetu totalitario, una supuesta lucha contra el virus, acción que iría pretendidamente en favor de la vida. El virus más letal, empero, es el capitalismo. En su confrontación con el SARS CoV-2 no sólo resulta imposible defenderlo: parece, más aún, la fuerza letal contraria a la naturaleza de la vida.

Post Scriptum

Este artículo fue publicado en el Clarín de Chile el día 8 de abril, hace tan sólo 10 días. Desde entonces hasta hoy las cifras de contagiados y muertos se han duplicado en Chile. Y la potencia de la pandemia continúa desplegándose en EE UU, Europa occidental, Turquía e Irán de forma catastrófica. Los recuentos, cifras, estadísticas no resultan del todo fiables en los diversos países afectados. China ha debido corregir sus datos y, al parecer, enfrenta un probable retorno de los contagios masivos. La exposición del África a la pandemia se prefigura como una bomba de tiempo mundial… Las cuestiones que surgen y se formulan y debaten en los medios masivos, oficiales o alternativos, en los ámbitos académicos, científicos, políticos, artísticos, culturales conciernen en una parte importante a la necesaria proyección de los profundos cambios político-económico-socio-culturales que habrán de imponerse a la hora del lento retorno a una calma cautelosa, cuando esta pandemia comience a amainar como suelen hacerlo las grandes tormentas y deban asumirse las precauciones públicas y mundiales para organizar una defensa sólida, técnica, política, científica, infraestructural contra las pandemias venideras, ante las cuales el sistema político-económico-socio-cultural imperante (llamémosle el “neo-neo-neo […]-capitalismo”) ha dejado ventanas y puertas abiertas desde las últimas décadas del siglo pasado. Pero no se tratará tan sólo de tales precauciones que envuelven una reforma profunda en el ejercicio de la sanidad pública mundial (el conjunto de la sanidad, ya que tanto la llamada “sanidad privada” como la “estatal” habrán de sujetarse a una principal política pública fundada en el interés primordial de las culturas, pueblos, países y territorios y regiones y condiciones planetarias de la ecología mundial). Será necesario configurar una confederación mundial que supere definitivamente la obsoleta y limitada (por las restricciones impuestas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial) Organización de las Naciones Unidas y se oriente a la fiscalización y limitación de la “extrema riqueza”, obligando a los grandes consorcios transestatales a destinar parte sustancial de sus beneficios a sostener la salud, la educación, la cultura, la creatividad de todas las naciones, pueblos, regiones, territorios históricos que conforman el conjunto de la humanidad (así su presente, como su pasado y sus esperanzas). Nuestro país Chile ha de enfrentarse entonces a un proceso de creación de una nueva Constitución Política que deje atrás no sólo los años mediocres y serviles de la postdictadura, sino igualmente los años atroces del terrorismo de Estado cívico-militar, no menos que los largos años de violencias, masacres, genocidios y atropellos que jalonan los doscientos y tantos años de la supuesta “República” de Chile. En este proceso democrático de establecer una nueva Ley de Leyes habrán de ponerse en cuestión muchas de las principales categorías políticas de la época, ya periclitada por cierto, del Estado-nación llamado “moderno”. Breve enunciación fragmentaria de algunas de ellas: “nación”, “soberanía”, “territorio”, “sociedad”, “Estado”, “cultura”, “historia”. El nuevo estado político que esa Constitución democrática se proponga establecer y fundar será un estado que se haga cargo de sus raigambres históricas plurales, de la multiplicidad de su cultura, de su pertenencia a conjuntos histórico-territoriales de mayor amplitud que los defendidos, sostenidos y conquistados en su historia de medio milenio, conjuntos que lo impulsan en el proceso de la integración y la cooperación regional y mundial y lo destinan a un concepto de “soberanía compleja” que incorpora la cooperación e integración con otras entidades políticas de la región y del mundo. Y habrá de asumir, de todas formas y con plena fuerza y potestad, la supremacía de lo público por sobre los intereses particulares y privados de las compañías (nacionales o transestatales), no menos que por encima de los intereses particulares de grupos y asociaciones políticas enzarzadas en la burocracia y los manejos de las organizaciones estatales en su vinculación con los consorcios privados y transestatales. En la afirmación de tal supremacía (que significa la supremacía de todos los derechos humanos, así los individuales, como los sociales, históricos y naturales) ese nuevo estado político coincidirá plenamente con el predicamento que habrá de imponerse en el conjunto de nuestro universo-mundo tras la lenta decadencia de la pandemia que hoy por hoy nos acosa.

M. V. N. – Santiago, 18 abril 2020.


Imagen de portada: Fotografía de F. Viveros durante la participación de Miguel Vicuña Navarro en una actividad organizada en Girardi 1119 en homenaje al poeta chileno Waldo Rojas. Santiago, 15 de diciembre de 2022.

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