Prefacio
El feminismo autonomista italiano, surgió a finales de los sesenta y principios de los setenta, en gran medida, como respuesta a los fracasos de “Mayo del 68” y la Nueva Izquierda. En un diálogo crítico con el operaismo, las pensadoras del movimiento trabajaron para problematizar una ortodoxia marxista que había descuidado el papel jugado por el trabajo de género en la reproducción del capitalismo. Al clasificar el trabajo doméstico como trabajo reproductivo –en sí mismo el lugar de la constitución del género, invisibilizado a través de la relación salarial– y lanzar iniciativas como Wages for Housework, las feministas italianas como Silvia Federici y Mariarosa Dalla Costa, junto con sus cohortes internacionales, se hicieron más conocidas por redefinir el materialismo a través de una lente feminista, transformando la dinámica del obrerismo como práctica, y enfatizando la autonomía política por encima de los objetivos de igualdad. Las feministas italianas cuestionaron la diferencia en lugar de defender un terreno común para los sexos, apartándose con ello, de muchas iniciativas feministas contemporáneas.
Lea Melandri nació en 1941 como Maddalena Melandri en la ciudad de Fusignano. Asistió a la universidad en Bolonia antes de trasladarse a Milán en 1967, tras lo cual no tardó en involucrarse en la floreciente corriente feminista de la ciudad. A través de su compromiso con una tendencia más amplia del pensamiento marxista, Melandri fue también una de las que teorizó sobre el género a través del psicoanálisis, una tarea a la que se sumaron filósofas francesas como Luce Irigaray y Hélène Cixous.
El texto presentado aquí, apareció originalmente en la edición de 1971 de la revista L’erba Voglio, editada por Melandri junto al psicoanalista Elvio Fachinelli, entre 1971 y 1978. En él, presenta una crítica interna de «la práctica de lo inconsciente», un proyecto experimental de psicoanálisis colectivo emprendido por muchas feministas italianas. Esta práctica formaba parte de un marco analítico más amplio, empleado como medio para comprender la ideología del patriarcado tal y como se manifiesta en la interpretación de la diferencia entre las mujeres. A través de la progresión del texto, Melandri identifica, entre otras cosas, un énfasis estrecho en la transformación personal como logro revolucionario. Al revisar el texto a partir de nuestro suelo presente, lo que interesa no es tanto su presentación binaria del género como las continuas tensiones que plantea: la importancia del género como un problema de diferencia material, más que biológica o cultural; y la urgencia de interrogar dicha diferencia, y de construir la autonomía desde ella, para no quedarnos involuntariamente empantanadas en el ámbito de lo individual.
Tanto la identificación por Lea Melandri de una «parálisis de la práctica política», como el proyecto filosófico del feminismo italiano en general –aunque arraigados en su contexto específico–, reverberan junto a la tarea contemporánea de navegar por la escalada de crisis, en medio del colapso de las distinciones políticas tradicionales. Desde este punto de vista, este trabajo puede informar sobre los esfuerzos por abordar la diferencia como un catalizador irreductible –no como algo que pueda ser resuelto o esquivado, sino como algo con lo que hay que contar–, forjado en un lugar de potencial revolucionario.
–Leijia Hanrahan, Enero, 2021
En los últimos años se han intensificado las oportunidades de encuentro, conocimiento y prácticas comunes entre mujeres.
Hemos acumulado experiencias de cambios personales y trabajo colectivo que son originales y complejas. ¿Qué nos impide ver en ellas un logro político de nuestro colectivo, y de tantas otras mujeres?
Decir que las relaciones de poder se han recreado, o que nunca han desaparecido, es decir todo y nada. Deberíamos preguntarnos por qué todavía no hemos conseguido analizar qué significa el poder entre las mujeres, ni cómo se origina específicamente.
Las explicaciones psicológicas son reductoras y genéricas. Subrayar cada instancia donde, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, seguimos actuando como «padres», «madres», «hombres», «mujeres», «niños», genera inevitablemente la convicción de que la realidad es, en lo fundamental, un mero entramado de proyecciones-introyecciones, fantasías y sueños personales. Esto nos lleva, en otras palabras, al idealismo, o peor aún, a la charlatanería psicologizante.
Dado que la parálisis en cuestión es esencialmente una parálisis de la práctica política (y no de las relaciones personales, que, por el contrario, están muy vivas), pienso que debemos buscar las razones del problema en la práctica misma.
Lo que sigue son algunas observaciones sobre este asunto.
Especificidad
Nuestra práctica debería haber puesto de manifiesto la materialidad de aquellas relaciones que tienen su origen histórico en la diferencia entre los sexos. Debería habernos hecho conscientes de las contradicciones hasta ahora ignoradas, por ejemplo, entre hombre-mujer, individuo-colectivo, sexualidad-política, etc. Debería haber puesto de manifiesto, por la misma razón, la abstracción ideológica y el mercado de relaciones dentro de aquellas prácticas políticas que, en la actualidad, reclaman el amparo del marxismo.
En cambio, lo que aparece en nuestros encuentros y en la experiencia de la convivencia, es, a menudo, una mera inversión de los términos de la contradicción: historia individual contra proyectos colectivos, cotidianidad contra implicación política, análisis psicológico contra análisis económico, y así sucesivamente.
De ahí el inmovilismo, la sensación de irrealidad, la confusión teórica y el aburrimiento que se deriva de la repetición de tales discursos, con su uniformidad de lenguaje.
Como sabemos por experiencia propia, las energías de las mujeres se consumen en una vida afectiva escindida. Una práctica de liberación debería, como mínimo, disminuir la estabilidad de las situaciones afectivas y emocionales que han constituido nuestra miseria: la necesidad de amor, la dependencia, las conversiones histéricas, la inseguridad, etc. Esto no sucederá, ciertamente, si seguimos reforzando nuestra escisión, si asumimos las distorsiones idealistas de la psicología, y seguimos negando o imaginando la realidad social y económica que llevamos dentro -en nuestra forma de actuar, y en nuestras relaciones con los demás- como una realidad externa y hostil.
(Debería ser suficiente con poner el ejemplo de la comercialización del feminismo: mercancía política, mercancía periodística, mercancía para la captación de nuevas modas, nuevos comportamientos sexuales…etc. A menudo denunciamos como un aspecto externo, la agresión y la reapropiación de la cual ha sido objeto nuestro trabajo, sin darnos cuenta cómo estas prácticas se llevan a cabo dentro del propio movimiento, o por las mujeres que dicen pertenecer a él).
El Análisis de la Diferencia
La «práctica de lo inconsciente» pretende ofrecer una salvaguarda contra las tentaciones ideológicas. De hecho, nos ha liberado de las ilusiones unitarias, del sentimentalismo solidarista y de los sueños organizativos. Sin embargo, no nos ha permitido avanzar muy lejos en el análisis de las diferencias que existen entre nosotras. A menudo hablamos de las diferencias, pero siempre de una forma más o menos abstracta: como deseos o experiencias opuestas (yo me siento bien, yo no); como relaciones de poder (quién habla y quién no, quién toma decisiones y quién no); como dinámica psicológica parental (yo la madre, yo la hija). Casi nunca recordamos que las diferencias personales se refieren a un contexto objetivo, a saber, el medio económico, cultural, familiar o emocional en el que vivimos y en el que se desarrolló cada una de nuestras historias. Casi nunca recordamos que, por la diferencia individual, por la historia de cada una, pasan todas las contradicciones específicas de nuestra condición histórica de mujeres.
La dificultad, pero también la originalidad de nuestro trabajo, radica en el hecho de que no se deja tentar por la ideología (diferencia = contradecir la norma), por el psicologismo (diferencia = el resultado de la historia personal), por la falsa objetividad (diferencia = divergencia de líneas políticas) ni, naturalmente, por el indiferente «azar» (diferencia = diversidad de experiencias).
Conseguir no escindir, negar u oponer los múltiples aspectos implicados en el ser-diferente de cada una de nosotras, significa modificar, concretamente, la idea de subjetividad y objetividad que hemos heredado de la política, la filosofía, la religión, etc.
Espectacularidad y Relaciones Reales
El psicoanálisis nos advierte contra la posibilidad de tener que vernos la una a la otra como realmente debiéramos ser. Las proyecciones, las máscaras, las censuras y las fantasías que sostenemos sobre el otro, no son menos reales que aquello que vemos y sentimos.
En el pasado, considerábamos la adquisición de una atención psicoanalítica como esencial para desenredar este nudo de realidad e imaginación y establecer relaciones menos asfixiantes o más reales, cuestión que sigue pareciéndome esencial hoy en día.
En la práctica, sin embargo, las cosas parecen todo lo contrario. Hablamos entre nosotras, pero tenemos la impresión de no entendernos, de no vernos; cada una parece estar atenta sólo a la imagen de sí misma que el otro refleja. La especularidad obstaculiza la atención y el interés real por el otro, o acaba por destacar, y transferir a un complejo relacional, sólo dinámicas afectivas. No dejo de advertir que, en este caso, la peculiaridad de la práctica analítica se refuerza, al enfrentarse a la condición específica de las mujeres (fijación en la propia historia, preponderancia de los vínculos afectivos, etc.).
¿Podemos cuestionar la «práctica de lo inconsciente» evitando, por un lado, la falsa objetividad del contenido y, por otro, la negación de la subjetividad, la sexualidad y el imaginario?
Práctica de lo Inconsciente y Práctica Analítica
Hace dos años, cuando se iniciaron los primeros intentos de «practica de lo inconsciente», identificamos los siguientes obstáculos: la demanda de análisis y la atribución de la función interpretativa, incluso de forma ambivalente, a unas pocas personas definidas. Aunque el trabajo que siguió en varios grupos fue percibido por muchas mujeres como positivo, provocó, sin embargo, algunas dudas y preguntas (me refiero en particular al trabajo de uno de estos grupos):
La asimilación -en parte real, en parte sólo formal- de la práctica de lo inconsciente a la práctica analítica.
En ausencia de un tema fijo o de una actividad común para las mujeres presentes, la reunión semanal terminó inevitablemente por tomar la apariencia de una sesión analítica: todas las contribuciones al grupo se recibieron en forma de experiencias personales, asociaciones, sueños, interpretaciones de casos particulares o dinámicas de grupo. Algunas consecuencias: largos silencios, solicitud de garantías afectivas por parte del grupo antes de estar dispuestas a autoexponerse; deferencia hacia la interpretación de quienes eran consideradas «capaces de analizar»; decepción ante respuestas consideradas insuficientes o demasiado tímidas; dificultad para evitar la censura de la agresividad y la sexualidad cuando se hacía referencia a las mujeres del grupo.
En el mejor de los casos, el grupo se sintió gratificado por quienes dijeron sentirse «personalmente transformadas» al trabajar juntas.
Pero el cambio individual no puede considerarse directamente como una transformación política. La modificación personal no es una revolución.
Además, cuando un grupo de este tipo se convierte en el lugar principal de las expectativas liberadoras (ya sea un colectivo de mujeres o un encuentro engendrado por el movimiento), el exterior se convierte inevitablemente en el lugar en el que se representan las fantasías transferenciales, las agresiones y las relaciones románticas nacidas dentro del grupo. Tal como en las relaciones analíticas, tanto individuales como grupales, la vida real acaba convirtiéndose en una mímesis, esto es, en la representación de una trama que tiene su origen en la propia relación analítica. El análisis toma el lugar de lo real: en el grupo, hablamos durante meses de las relaciones internas del colectivo, mientras que las mismas personas que se habían expresado en el grupo callaban en el colectivo, o delegaban en otros para que hablaran por ellas. Podríamos pensar que un grupo, aunque sea grande, es siempre más protector que una reunión colectiva, donde las diferencias son más marcadas y la posibilidad de presencia es mayor; podríamos suponer que la necesidad, aunque sea ambivalente, de confiar en unas pocas personas (que uno siente libres de necesidades y contradicciones) como intérpretes de los deseos y ofrecimientos de los otros, emerge desde esta inseguridad. La «práctica de lo inconsciente» puede fomentar las expectativas analíticas. Pero también podríamos ver el problema desde otro ángulo, preguntándonos, por ejemplo, qué significa «menos protector». El reverso de la inseguridad no es sólo psicológico-fantasmático (miedo al abandono, ansiedad de persecución); los enfrentamientos con quienes son diferentes a nosotros, los choques con mujeres que suscriben una práctica política diferente a la nuestra, o que simplemente hablan una lengua diferente a la nuestra, también pueden provocar inseguridad. Si la práctica de lo inconsciente no hubiera estado marcada desde el principio por los modos «analíticos» tradicionales, debería habernos ayudado a distinguir las diferencias y a articular dialécticamente las distintas experiencias políticas.
Es posible que algunas de nosotras esperaran que el colectivo se convirtiera en un gran grupo analítico. Pero dejando de lado las diversas contradicciones, las dificultades intrínsecas y la oposición encontrada en algunas otras, ¿cómo podríamos haber evitado las distorsiones psicológicas y personalistas que salieron a la luz en los grupos?
La Caída de la Tensión Política
La experiencia analítica desplaza formas de atención y energía que originalmente estaban dispuestas (o constreñidas) a permanecer en otro lugar, desplazándolas hacia la historia personal. En algunas mujeres, la práctica de lo inconsciente parece producir un efecto similar de desplazamiento-exposición. Pienso en el uso frecuente de la expresión «poner al descubierto» durante las reuniones, es decir, despojarse de los intereses que solemos tener, despojarse de palabras y expresiones generales que parecen fuera de lugar en las reuniones. Este efecto de parálisis, de afasia, de tartamudeo, que no suscitaría ningún interés especial en una sesión de análisis, resulta siempre desagradablemente sorprendente cuando surge, por el contrario, en una pequeña reunión o en un encuentro político. Más aún durante una comida o durante las vacaciones.
La adquisición de una perspectiva analítica es, sin duda, fundamental para una práctica política que no quiere mutilarse ni escindirse de nuevo de las razones profundas que movilizan la acción individual y colectiva, pero sería un resultado bastante paradójico si, para mantener un ojo en la investigación de las profundidades [psíquicas], tuviéramos que cerrar ambos al mismo tiempo. ¿Es demasiado pedir por una mejora en la perspectiva tanto vertical como horizontalmente?
La toma de conciencia y la modificación no pueden seguir una única dirección sin correr el riesgo de abstraer el contenido y deteriorar las relaciones. La verificación continua, la confrontación-desencuentro con todos los datos de la realidad (que, antes que cualquier otro contexto político-cultural, conciernen a otras mujeres) podría, por el contrario, permitirnos evitar el enredo, la inmovilización, la confusión de la reflexión individual con la opinión general de las mujeres, o de la modificación personal con la transformación colectiva, etc.
Septiembre, 1976
El presente ensayo, corresponde a la traducción inglesa de Leijia Hanrahan disponible en Ill Will Editions, a partir de la versión contenida en el libro L’infamie Originaire, Ed. Des Femmes, 1979. Esta publicación cuenta con la autorización del sitio illwill.com
Imagen de portada:
Amapola @indomitafotografias Collage análogo. Marzo 2020. Fotografía Performance «El violador eres tú».