Dos libros fundamentales son los que ha escrito Andrea Soto Calderón, ambos en ediciones Metales Pesados, La performatividad de las imágenes (2020) e Imaginación material (2022). Decir fundamental en nuestros tiempos es un poco extraño, dado que todo, incluso los libros, parecen acumularse como meras mercancías, productos que se devoran como una imagen publicitaria más. Sin embargo, en Soto Calderón encontramos un pensamiento filosófico, estético y político que entra de lleno en la búsqueda por desarticular el despliegue de la imagen publicitaria. Habría que leer ambos libros, porque se relacionan profundamente y diría, secuencialmente. Por eso, me referiré brevemente a La performatividad de las imágenes para dar sentido a la lectura de Imaginación material.
La primera cuestión relevante es que para Soto Calderón las imágenes que constituyen y producen nuestro mundo han sido acusadas de producir un engaño a la mirada y, por tanto, a la conciencia. Desde Platón a Guy Debord, las imágenes de este mundo no son otra cosa que un velo sobre una realidad última, en la que podríamos encontrar una verdad. Odio a la imagen que tiene una profunda implicancia epistémica. “La depreciación de las imágenes, desde Platón, –dice Soto Calderón– no tiene que ver solamente con una desvalorización de la relación de los espectadores con las sombras que pasan ante ellos, sino también con un mecanismo de construcción de un mundo jerarquizado en que se le otorga un grado inferior, en relación al conocimiento, a la percepción sensible” (Soto Calderón, 2020, p. 19). La jerarquización del conocimiento, en este sentido, está profundamente vinculada al desprecio por la imaginación como facultad fundamental en el proceso en el que es posible algo como el pensamiento. Entonces se nos aparece una pregunta importante ¿Cómo llevar a cabo una crítica a las imágenes mercantiles que constituyen nuestro mundo sin despreciar la imagen? El evidente tono rancieriano de este problema se expresa en el libro en esta bella pregunta “¿cómo sería una crítica que no se entienda solo en clave de denuncia o visibilización de un determinado orden de cosas, sino una crítica que mueva un régimen de visibilidad?” (ibíd, p. 25). ¿Cómo pensar, entonces la imagen desde otro régimen en el que ella misma sea articuladora de forma y no lugar de captura? En un contexto político y económico como el del presente, tal régimen de visibilidad no puede sino interrumpir un orden, el de la homogeneidad de un discurso cansado que parece impenetrable.
¿Cómo, entonces, producir interrupción?, pues la primera tarea que hemos de imponernos es la de repensar el estatus de la propia imagen, cuya precaria pero esencialista formulación arrastramos por siglos. “Lo visible es una compleja escena de montaje que se ha in tentado reunir y estabilizar bajo el nombre de imagen” (ibíd, p. 35). Lo visible aparece entonces como el lugar de la reconfiguración de un régimen de sensibilidad diferente, que no niega la imagen, sino que la abre a una potencia mayor que deja de ser tanto una reproducción o proyección y se muestra como un “plano de conexión” (ibídem), es decir una forma de tensión de la visibilidad con puntos de cristalización y de fuga constantes, siempre dispuestas a que la mirada reconozca en ella otras operaciones posibles y no sólo aquella que el emisor ha creído dar de una vez y para siempre. “El desafío sería entonces –dice– reconstruir una economía del deseo capaz de ejercitar y desarrollar valores incalculables, singularidades que puedan experimentarse colectivamente” (ibíd, p. 40).
Pero aún más, este primer libro indaga en lo que podría entenderse como gramática de la imagen, capturada en una doble lógica de causa-efecto y sujeto-objeto que compone lo que entendemos como representación. La jerarquización de la experiencia que somete a la sensibilidad va de la mano con una proliferación de imágenes esquemáticas, predeterminadas para el consumo homogéneo. Frente al esquema, Soto Calderón opone la escena. Interrumpir el régimen de visibilidad tiene que ver con la comprensión de la imagen como una tensión en constante relación. El esquema fija una imagen única, separando ficticiamente una imagen de todas aquellas que perviven en ella. La escena en cambio es siempre relacional. Toda imagen, para construir su relato, parece llevar la marca de un parecido: dos elementos separados en los que el parecido constituye una unión «como el lanzamiento sutil de un puente entre dos montañas», como si dos términos pudiesen establecer la reconciliación de lo mismo” (Ibíd, p. 54). Esto último resulta especialmente bello, pues hace aparecer en la ruptura del orden mercantil de las imágenes la posibilidad de toda imagen de parecerse a otra imagen. Potencia de lo símil, de lo que en relación encuentra su propia repetición y, por tanto, variación. No se trata de una mimesis simple, sino de una composición en constante alteración. Cabe recordar aquí que en la filosofía árabe clásica, por ejemplo en Al-Farabi, esta, la facultad de unir y separar las cosas del mundo por medio de semejanzas y diferencias, es nada menos que el modus operandi de la imaginación (Cf. Al-Farabi, 2011, pp. 74-78).
¿Y la performatividad? Pues justamente, la repetición y variación que siempre operan en las imágenes, aunque no sepamos reconocerlo, van instituyendo configuraciones que la costumbre y el ejercicio del poder vuelven cotidianos. Al hacer aparecer lo performativo no sólo en los enunciados, sino en las propias imágenes de nuestro mundo, Soto Calderón muestra que en ellas siempre opera una fuerza de indeterminación o informidad. En su aparición la imagen instituye y se vuelve pétrea si se le fijan los bordes, pero ella ya se está moviendo, ya al aparecer está multiplicándose, desviándose, creando nuevas formas. Por eso, “la comprensión de las imágenes desde su performatividad es una aproximación a sus fuerzas y figuras dinámicas, en tanto complejo de relaciones que operan procedimientos de composición y relación” (Soto Calderón, 2020, p. 72).
La materialidad, dado que hablamos de rescatar lo sensible, comienza a aparecer aquí como una respuesta a una filosofía y estética de la primacía de la forma. En este sentido, no se trataría tanto de una imposición de la materia sobre la forma, como una revancha, sino el establecimiento de una relación llena de imprevistos entre ambas. “Materias informadas y formas materializadas entablan relaciones no previstas” (ibíd, p. 77) dice Soto Calderón para referir a un eterno movimiento de relaciones y montajes entre las imágenes en las que más que un sujeto que observa y simplemente configura, ellas acontecen generando un campo de visibilidad que hace ingresar ciertas relaciones y deja otras fuera del alcance de la mirada. Aquello no es sino una escena, no un esquema. Lugar de encuentro que no fuerza por medio de las imágenes “un modo específico de ser” (ibíd, p. 99), sin jerarquías ni representaciones que hagan de fórmulas únicas o sean plenamente identificables. Y para ello, es necesario llevar a cabo una tarea política que guarda relación con la desnaturalización de los medios, los dispositivos en los que reconocemos las imágenes. Ellos mismos son parte de una escena movible, interrumplible, modificable, trastocable, o profanable, donde siempre se puede “liberar imágenes improbables” (ibíd, p. 119).
La materialidad también comienza a asomarse en el concepto de superficie, donde Soto Calderón hace que las imágenes aparezcan. Ellas no remiten a un lugar remoto o profundo que el ojo no ve, sino a la manera en que la escena se ha compuesto y en la que, en ella, se relacionan indeterminadamente las imágenes. No hay imagen verdadera, sino apariciones en la superficie (que no quiere decir carentes de profundidad) que miradas con cierto cuidado, nos revelan la heterogeneidad de lo que el mercado de las imágenes ha vuelto estándar.
En Imaginación material comenzamos a comprender de manera más frontal la búsqueda por parte de Soto Calderón de una política de las imágenes que es, sobre todo, una política de la imaginación. Vale la pena detenerse en esta cuestión, porque en su pensamiento aparece una imaginación que está ligada de manera ineludible a la experiencia práctica. La imaginación es una facultad que sirve de fundamento, raíz, a la creación y, por tanto, a la resistencia frente a un mundo que se nos muestra muchas veces cerrado por la disposición de una economía de lo sensible que privilegia y produce regímenes de representación específicos y naturalizados, donde lo que funciona es mucho más un campo de seducción que una forma de engaño. La tarea política, entonces, indica “la necesidad de disputar el terreno material de lo espectral en donde se puedan imaginar otras formas de vida. No se trata de lo nos engaña, sino de lo que nos seduce” (Soto Calderón, 2022, p. 13).
Bien, veamos de qué se trata, en primer lugar, el ejercicio del poder sobre las imágenes, que en Soto Calderón indica un modo de gestión económica sobre el deseo. Tomando reflexiones de Marie-josé Mondzain, se acerca al problema del vínculo entre imagen, economía y cristianismo, donde se anuda la emergencia solapada del capitalismo moderno y que encuentra su punto de contacto en la creciente configuración de una trascendencia de la imagen que sostiene la economía. En esta relación entre economía y cristianismo, la imagen comienza a funcionar como lo invisible y por tanto intocable que, sin embargo, ordena la disposición de lo visible, volviéndolo inamovible. La trascendencia ingresa por medio de esta economía en el campo de la historia, volviendo sus presupuestos ahistóricos (Cf. ibíd, p. 21), pero, además, instala para con esa trascendencia una deuda que, como bien ha planteado en otro lugar Elettra Stimilli, es siempre impagable. “La experiencia del pecado –dice Stimilli–, en la que se fundamenta la existencia cristiana, se convierte plenamente en la experiencia de una deuda que, por el don de la gracia, no debe ser colmada sino, como tal, administrada en forma de inversión” (Stimilli, 2011, p. 21).
Esto impone desde ya una tarea política que contrarreste la trascendencia, que vuelva las imágenes lugares de uso para la facultad imaginativa, lo que implica, nuevamente, una forma de profanación de los esquemas dominantes. Profanar, en este sentido, indicará no tanto un salir de la imagen, como ya hemos dicho, sino un aprender a imaginar críticamente lugares que han sido marginados por los discursos de la economía. “Para operar de forma critica –dice Soto Calderón– habríamos de poder encontrar los pasajes de las imágenes, su frágil transición, para que en ese nudo de tiempos –en el decir warburgiano– podamos habitar los lapsus de las imágenes y arrancarles lo inimaginable. Como sostenía Benjamin, ser hostiles a lo tradicional para arrancar otras posibilidades al porvenir” (Soto Calderón, 2022, p. 32).
En Soto Calderón hay una pregunta por la posibilidad de aprender a mirar de otra forma. En Imaginación material funciona siempre el presupuesto de que es posible una ejercitación diferente de la mirada en la cual se debe poner empeño y dedicación. Esto implica no tanto aprender a ver a través de las imágenes, sino captar sensiblemente la superficie en la que las singularidades se forman y deforman en sus relaciones. De esa manera, podríamos intentar acercarnos a la visión de una informidad constituyente de la imagen en un gesto que implica, sobre todo, deshabituar la mirada. Sólo entonces adviene la posibilidad de participar de la creación de nuevas imágenes que no se basen en esa lógica mercantil del mínimo esfuerzo para producir el máximo efecto (ibíd, p. 45). Esto implica una praxis diferente, un disenso con el orden establecido y una ruptura de los mecanismos de producción de lo sensible. “Modificar nuestros protocolos de acción –dice– implica dejar de comprender la acción como concatenación causal orientada por un sentido previo, una intencionalidad o una conciencia fuerte que se dirige a un objetivo. Más bien refiere a un movimiento orgánico en el que se estructuran modos de existencia diversos, por lo también solicita dejar de comprender la forma como que algo diferente de la materia o el contenido, como si existiese una forma previa que luego se materializa” (ibíd, p. 46).
La contraparte a esta imagen reducida a una secuencia lineal es el esfuerzo por crear nuevas imágenes. Soto Calderón usa el término “criar imágenes” que ilumina una nueva relación política con las imágenes. Criar es siempre formar sin tener idea de lo que vendrá. Es poner el empeño, la persistencia en el cuidado para que eso que ha venido a la presencia sea acogido y, en tanto, pueda vincularse abiertamente con su entorno, con otras formas, otros contornos sin destino. Esta imagen es comparada a la metáfora, porque al igual que ella, no es un escondite de otras formas, una sustitución de algo real, sino la propia forma constituida en la ambigüedad de lo abierto. En este juego es necesaria la imaginación como facultad interviniente, porque no se trata de que las imágenes surjan de la nada o no obedezcan a ciertos grados de organización. Lo que ocurre, más bien, es que toda organización se nos muestra más fuerte de lo que realmente es porque ha sido reificada a partir de relaciones de poder específicas. Y asimismo, lo organizado supone un destino que la imagen debe cumplir, cuestión que la imaginación es capaz de interrumpir a cada momento, para hacer posible la emergencia de nuevas imágenes, nuevos puntos de tensión en torno a los cuales puede interactuar una mirada, más allá de toda ley que determine la verdad y la falsedad. En este sentido, dice Soto Calderón que “las imágenes no tendrían que estar sujetas a lo que ellas representan, ni rendir cuentas sobre lo real, sino comprometidas con los tejidos de lo real que ellas son capaces de construir” (ibíd, p. 63).
El concepto de imaginación material es tomado de Gaston Bachelard, pero Soto Calderón no trabaja sus autorxs literalmente, sino que los encamina dentro de su propio tejido. En este sentido, vale la pena pensar qué puede ser una imaginación inseparable de la materia o análoga a esta. No puedo, en este punto dejar de recordar que Averroes, en el siglo XII, pensaba el intelecto común como análogo a la materia y lo hacía pensando precisamente en la imaginación como facultad fundamental para que ese intelecto se llenara de formas sin destino, eternamente en relación (Cf. Averroes, 2004, p. 119-142).
La imaginación, de todas maneras, es siempre una potencia a capturar por el poder. Nunca se da algo como una imaginación desprendida de las relaciones en las que habita y funciona. De modo que una propuesta de imaginación material, implica comprometer aquellas materialidades que se han visto condicionadas a determinados rendimientos o funcionalidades. Maneras de ver, pero también de proyectar imágenes. En este punto, una política de la imaginación material es necesariamente una política del gesto, es decir, de una interrupción en la gestualidad a la que el capitalismo ha sometido a los cuerpos. La autora habla de “desfuncionalización de nuestros gestos imaginantes” (Soto Calderón, 2022, p. 83). Como Mona Hathoum caminando descalza con las botas atadas a los tobillos o como Chaplin en Tiempos modernos en el momento en que debe actuar y simula una lengua en realidad inexistente. Se trata nada menos que de generar nuevas conexiones entre potencia y acto, generando nuevas direcciones, imprimiendo nuevas fuerzas hacia lo que puede ser y permanece como tal. “De ahí que preguntarse –dice– por la materialidad de las imágenes sea preguntarse por la capacidad que tienen las imágenes de resistir a los flujos de circulación y las posibilidades de que ellas puedan generar procesos de articulación diferenciantes” (ibíd, p. 96). Siguiendo a Lyotard, se trataría de comprender a la imaginación como una fuerza que inventa criterios al tiempo que cuida la diferencia (ibíd, p. 106).
El capitalismo, en este sentido, como productor de diferencias abstraídas en la equivalencia, produce cuerpos diferentes, pero cuyas experiencias siempre están signadas por la estandarización. La escuela, el trabajo, el ocio, están siempre determinados por la fuerza de los gestos necesarios. Una imaginación material debe reconocer, sin embargo, la potencia de los gestos ahí donde han sido capturados. Reconocer, de alguna manera, eso que Agamben llama “comunicación de una comunicabilidad” (Agamben, 2010, p. 55), una pura medialidad que siempre está al acecho de formas de profanación de los gestos impuestos. Y en ello, Soto Calderón rescata una cuestión fundamental que no puede ser desechada cuando se habla de imaginación: el deseo. Aristóteles sabía ya que imaginación y deseo se mueven juntos en la posibilidad de la intelección, porque la facultad imaginativa siempre tiene por objeto lo deseable (Acerca de alma, III, 1, 433a, 20-25), de modo que una interrupción de la producción de imágenes del capitalismo pasa por la interrupción y reconducción del deseo. En Soto Calderón esto está ligado a una erótica de las imágenes, que “no asume lo existente como algo que está ahí disponible para interpretar, sino que eros es el movimiento, el empuje hacia la forma, empuje-hacia-el-darse forma, empuje que nunca es del todo cumplido. Esto contraviene una idea que ha sostenido prácticamente toda la tradición del pensamiento occidental: que la metamorfosis de la forma no cambia la sustancia” (Soto Calderón, 2022, p. 108).
Asumir que las imágenes siempre están en relación, que nunca dejan de cambiar y, por tanto, abrir nuevas puertas al deseo implica comprometer un pensamiento relacional, que no puede ser apropiado por un sujeto o una forma determinada, porque siempre la forma está siendo metamorfoseada, llevada a ser lo que virtualmente era sin necesidad de serlo. Para reconocer este modo en que las cosas se dan a pesar del poder, resulta importante hacer aparecer la ficción como herramienta política. Concepto tomado de Rancière, la ficción opera desbordando constantemente los relatos construidos desde la linealidad, haciendo aparecer otros que estaban latentes en los bordes o que son nuevos. La ficción habla de una posibilidad de las imágenes y del discurso de abrir el campo de las percepciones, pero que en última instancia está siempre presente ya sea para mantener el poder como para interrumpirlo. Como en una escena experimental o como la vida misma, la ficción hace ingresar a los actores, creando entre ellos relaciones que no están determinadas por un telos único. Los cuerpos se posicionan a través de ella, creando nuevas formas de sentir, de ver, de reconocer a los otros cuerpos, creando otras eróticas de la imagen. Esta tarea es política y estética en la medida en que se trata justamente de atender “a las operaciones y procedimientos de la ficción hegemónica para desde ahí desgarrar otras ficciones” (ibíd, p. 126).
Desgarrar es, desde luego una metáfora material, pero quizá es demasiado fuerte u ocurre en momentos de alta carga ficcional, como las revueltas. En épocas más oscuras, donde la restauración parece avanzar, Soto Calderón nos recuerda a Vilém Flusser, pensador del gesto, que apunta a un reconocimiento del flujo entre el cuerpo y el pensamiento. Sólo en esa relación es posible ir a tientas, aproximarnos “a algo cuidadosamente, sin anteponer las expectativas y las significaciones que han sido fijadas” (ibíd, p. 137). Ir a tientas significa comenzar un reconocimiento nuevo, como si hubiésemos sido cegados y ahora las percepciones deban reformularse, readaptarse para ser algo diferente. Tocar el mundo, sentirlo de nuevas maneras, escucharlo atendiendo a sus microsonidos, recomponerlo, jugar con él, ficcionar nuevas imágenes de las cuales aceptemos que, en tanto criadas por nosotros, sólo están dispuestas hacia el mundo, hacia lo otro de sí, hacia relaciones siempre posibles. Esta sería la potencia de una imaginación material.
Bibliografía
Agamben, G. (2010). Medios sin fin. Notas sobre la política. Valencia: Pre-Textos.
Al-Farabi, A. N. (2011). La Ciudad Ideal. Madrid: Editorial Tecnos.
Aristóteles. (2010). Acerca del alma. Madrid: Editorial Gredos.
Averroes. (2004). Sobre el intelecto. Madrid: Editorial Trotta.
Soto Calderón, A. (2020). La performatividad de las imágenes. Santiago: Metales Pesados.
Soto Calderón, A. (2022). Imaginación material. Santiago: Metales Pesados.
Stimilli, E. (2011). Il debito del vivente. Ascesi e capitalismo. Macerata: Quodlibet.