Cada vez que Israel es criticado por sus políticas contra la población palestina, aparece un concepto fundamental: antisemitismo. En realidad, cuando este concepto es utilizado por Israel lo que busca es hacer coincidir el antisionismo, es decir la posición crítica respecto al proyecto colonial y racista que es el Estado de Israel, con un odio a los judíos. A veces, en la defensa del antisionismo de los palestinos, es decir, las principales víctimas de la limpieza étnica y del Apartheid israelí, aparece un argumento que podría contrarrestar la equivalencia. Se dice que los palestinos también son semitas, de modo que ellos no podrían ser antisemitas. Otro argumento que parece más profundo, aparece cuando judíos de cualquier parte del mundo se definen como antisionistas. Es decir, ¿cómo podría ser antisemita un judío? En ese punto, los sionistas no dudan en decir que estos son judíos “que se odian a ellos mismos”. Y ya. Todo parece resuelto. Bajo el prisma sionista, los palestinos, el mundo y algunos judíos podrían ser antisemitas porque el concepto semita, cuando va precedido por un anti se referiría exclusivamente a los judíos y estos pueden serlo sólo si se odian lo suficiente.
Por supuesto que podemos quedarnos con estos conceptos y no pensar nada más. Pero también podemos hacer el esfuerzo de ahondar en ese extraño significante que funciona como dispositivo para contraatacar cualquier argumento de crítica a Israel, aunque de su parte veamos en vivo cómo lleva a cabo el genocidio más importante del siglo XXI. Los más religiosos dirán que semita proviene de Sem, hijo de Noé (hermano de Cam y Jafet) y explicarán así una suerte de reparto bíblico de los pueblos en la Tierra. Por supuesto, el concepto semita hace referencia al mito religioso, pero su aparición es de hecho muy reciente como término lingüístico y racial.
Es apenas en 1879 que el antisemitismo fue acuñado por el xenófobo periodista alemán Wilhem Marr. Haciendo uso de los prejuicios y estereotipos comunes en la Europa del siglo XIX, Marr asociaba a los judíos con el liberalismo, el socialismo y el capitalismo financiero. Su gran preocupación, siempre a tono con el racismo, era la contaminación que el judaísmo ejercía sobre la sociedad alemana, llegando al punto de imaginar –cosa muy propia de la época– que la propia naturaleza de los judíos llevaba a la ruina de la cultura alemana. En una carta de 1869 a un amigo que abogaba por la emancipación de los judíos, Marr responde lo siguiente:
“Según mi opinión, el judaísmo, que es el mismo hoy que siempre, puesto que es una particularidad tribal, es incompatible con la vida de nuestro Estado. Por su propia naturaleza, debe esforzarse siempre por formar un Estado dentro del Estado. No se puede exterminar la aversión popular instintiva contra el judaísmo mediante la llamada emancipación, y éste se venga convirtiéndose en un satélite de la reacción, de lo cual tenemos pruebas distintivas aquí en Hamburgo. El elemento oriental es política y socialmente incompatible con el nuestro, del mismo modo que el blanco y el negro nunca producirán otro color que el gris”.
Citado en Zimmermann, 1986, p. 117.
Si nos fijamos bien, para Marr el judío es un oriental, cuya forma de organización tribal acaba conquistando y deteriorando la forma de vida de los alemanes. En esta ficción europea, los judíos resultan ser ajenos al continente, orientales, cuando en realidad habían vivido en él por miles de años, incluso desde antes del poblamiento germano de algunas ciudades. Sigmund Freud lo planteaba de manera elegante cuando indagaba en los mitos fundantes del antisemitismo. “Entre los primeros –decía– el más falaz es el reproche de su extranjería, pues en muchos lugares actualmente dominados por el antisemitismo los judíos constituyen la parte más antigua de la población y hasta llegaron a ellos mucho antes que el resto de los habitantes. Tal ocurre por ejemplo en la ciudad de Colonia, donde los judíos llegaron con los romanos, antes de que fuese ocupada por los germanos” (Freud, 2004, p. 105). La idea de la extranjería nos remite, por cierto, a Oriente, porque lo que los antisemitas proclamaban es que cultural y racialmente los judíos serían una suerte de vestigio de esa otra gran construcción imaginaria europea que se ha llamado Oriente.
En su raíz, el problema del antisemitismo es el mismo que el de la separación entre Oriente y Occidente, una ficción desmontada en los años 70s del siglo pasado por Edward W. Said, pero no por ello menos persistente, especialmente dada la hegemonía teórica en Estados Unidos y Europa de la idea del Choque de civilizaciones promovida por Samuel Huntington. El antisemitismo, por su parte, encuentra en el siglo XIX un buen exponente en Ernest Renan, que realiza precisamente este enlace entre antisemtismo e Islam, la tradición cultural que mayor fuerza tiene en la construcción simbólica de un Oriente para Europa. Para Renan las culturas semitas, como sería el caso de los árabes, son incapaces de pensar como las europeas, nunca están dispuestas a la filosofía porque se encuentran atrapadas en el lirismo y el profetismo (cf. Renan, 1861). Esto tiene una consecuencia directa sobre esos pueblos, pues la conclusión de Renan, apenas un año después de la carta de Marr ya citada es que: “La conquista de un país de raza inferior por una raza superior no tiene nada de chocante […]. Así como las conquistas entre razas iguales deben censurarse, la regeneración por las razas superiores de las razas inferiores o envilecidas figura en el orden providencial de la humanidad” (citado en Roudinesco, 2011, p. 93).
La deshumanización de una población comienza por una composición ficcionada de sus características que pueden llevar tanto al colonialismo, como ocurrió en la mayoría de los países del Islam, como a la búsqueda de exterminio, como sucedió con el auge del nazismo frente a los judíos. En ambos casos, las víctimas vivieron el racismo y el genocidio en sus propios países, los judíos en Europa y los árabes y judíos de países históricamente islámicos en Asia y África.
El sionismo, es decir, la ideología nacionalista que da sentido a la creación del Estado de Israel en Palestina surge, evidentemente, como una respuesta al antisemitismo. No es, por cierto, la única. De hecho, gran parte de los judíos ortodoxos se negaron completamente a la idea de un Estado judío y sólo una parte terminó emigrando a Palestina cuando la barbarie europea había llegado a su climax en la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, existen experiencias laicas como la del Bund (Unión General de los Trabajadores Judíos de Lituania, de Polonia y de Rusia), formado el mismo año en que Theodor Herzl escribe El Estado judío, libro fundador del sionismo. El Bund, por su parte, abogaba por el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de los judíos en los territorios que habitaban y si bien se disolvió en 1917 tras la Revolución Rusa, de ellos proviene una tradición antisionista que perdura hasta hoy (Díaz, 2023).
De forma contraria tanto al Bund como a la ortodoxia, el sionismo se levanta como una propuesta que recoge punto por punto los elementos del antisemitismo, promoviendo, de hecho, un odio profundo hacia las comunidades judías tradicionales. Esto es muy patente en Theodor Herzl cuando en su más conocido libro indica que “Para Europa formaríamos allí – es decir en Palestina – un baluarte contra el Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia” (Herzl, 2004, p. 29). Este es el primer elemento que asume Herzl para el sionismo, la oposición entre el Oriente barbárico y el Occidente racional. Implicaba esto la creación de un Estado satélite de Europa, un enclave propio del colonialismo que se había iniciado cien años antes en la invasión napoléonica de Egipto.
La separación entre un Oriente y un Occidente, propia de la ficción antisemita, lleva a Herzl a odiar abiertamente a los propios judíos. Refiriéndose a estos con el mote de Mauschel (una deformación alemana de Moishe) Herzl dice esto que no puede sino llamar la atención:
“El Maushel es antisionista. Lo conocemos desde hace mucho tiempo y sólo con mirarlo, sin acercarnos siquiera y menos aún, el cielo nos perdone, tocarlo, basta para ponernos enfermos […] Pero, a propósito, ¿quién es el Mauschel? Un individuo, queridos amigos, un personaje que aparece regularmente, el temible compañero del judío, del que es tan inseparable que siempre se toma al uno por el otro […]. El Mauschel es una nauseabunda desfiguración de la naturaleza humana, algo incalificable, bajo y repugnante […]. El Mauschel es la maldición de los Judíos. En nuestros días no basta ya con alejarse de la religión para desembarazarse del Mauschel. Es la raza lo que se pone en tela de juicio”.
Citado en Roudinesco, 2011, pp. 104-105.
El judío para Herzl aparece bajo la forma de une espectro para el sionista. Deshacerse de él significa avanzar hacia una forma de regeneración del judío, una transformación de Oriental en Occidental, de pasivo en activo, de víctima del antisemitismo a colono y soldado. La productiva connivencia entre orientalismo y antisemitismo, ambos presentes en el pensamiento del fundador del sionismo, fue lo que llevó luego a miembros del movimiento sionista a reivindicar abiertamente el fascismo. Tal es el caso de Zeev Jabotinsky, cercano a Benito Mussolini, que promovía una corriente revisionista del sionismo, creador de milicias fascistas en Palestina e influyente en la formación de un ejército sionista. Las juventudes Betar, que veían en él una inspiración, tenían por objetivo crear un nuevo hombre judío a partir de la exaltación del militarismo. Asimismo, el principal objetivo de Jabotinsky fue la colonización de Palestina a través de un proceso de inmigración masiva que significara rápidamente crear una mayoría judía en el país (cf. Tress, 1984). El padre del actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, fue secretario personal de Jabotinsky.
Hannah Arendt fue muy consciente del racismo que estaba por todas partes en el proyecto sionista. A pesar de haberse sentido parte del movimiento en un inicio, pronto comprendió que lo que estaba en juego era una utilización del dolor y opresión de los judíos para imponer en Palestina un proyecto colonizador, cuyos fundamentos eran los mismos que los de sus opresores. Quisiera, en este punto hacer una cita un tanto extensa, para dar cuenta del pensamiento de Arendt que da cuenta no sólo de la indiferenciación entre sionismo y revisionismo (el sionismo fascista de Jabotinsky), sino de los propios vínculos del sionismo con el nacionalsocialismo del Tercer Reich. Arendt nos dice:
“De igual importancia ha sido la cuestión, siempre abierta, de lo que deben hacer los judíos contra el antisemitismo: qué tipo de lucha o explicación el nuevo movimiento nacional [el sionismo], que después de todo había sido ocasionado por la agitación antijudía del fin de siglo, podía y efectivamente ofrecería. La respuesta a ello es que desde los tiempos de Herzl ha habido una renuncia absoluta, una aceptación abierta del antisemitismo como un “hecho”, y por lo tanto una buena voluntad “realista”, no sólo para hacer negocios con los enemigos del pueblo judío, sino también para tomar ventaja propagandística de la hostilidad antijudía. Aquí, también, la diferencia entre los revisionistas y los sionistas en general ha sido difícil de detectar. Mientras los revisionistas fueron violentamente criticados por otros sionistas por entrar en negociaciones con el antisemita gobierno polaco de preguerra, para la evacuación de un millón de judíos polacos, con el fin de ganar el apoyo de Polonia para las demandas sionistas extremas antes de la Liga de las Naciones y así ejercer presión sobre el gobierno británicos, los propios sionistas en general estuvieron en contacto permanente con el gobierno de Hitler en Alemania para negociar la transferencia”.
Arendt, 2007, p. 347.
Como bien dice Enzo Traverso, Los orígenes del totalitarismo de Arendt deben ser leídos como una crítica consistente a Occidente, a su historia, a sus conceptos sobre lo humano y el mundo. Para Arendt el Holocausto no era un crimen contra los judíos, sino un crimen contra la humanidad encarnada en los judíos. La cuestión judía, que había dado forma al antisemitismo desde Marr hasta Hitler, no podía concluir en un proyecto como el de Israel, volviendo a hacer coincidir ethnos y territorio (cf. Traverso, 2013).
Esta tradición de pensamiento de la que Arendt es parte, es la que en los últimos días se ha manifestado contra el genocidio llevado a cabo por Israel en Palestina. Nos permite entender, por tanto, porqué tantos judíos han salido a las calles a denunciar que no se hable en su nombre mientras son quemados los niños en Gaza. Y nos permite comprender también, porqué un importante sector de nuevos fascistas en Estados Unidos y Europa pueden seguir siendo antisemitas y, al mismo tiempo, apoyar al Estado de Israel o porqué Israel apoyó sistemáticamente a dictaduras latinoamericanas y al Apartheid en Sudáfrica, donde primaban en uno y otro caso lenguajes antisemitas (cf. Field, 2017).
Ha llegado el momento de no caer en más trampas conceptuales. El sionismo es una ideología racista, antisemita, orientalista y colonial que nada tiene que ver con los judíos, pero mucho con el antisemitismo que ha sabido explotar en nombre de estos últimos para invalidar cualquier crítica a Israel. Quizá la vestimenta del embajador de Israel en la ONU, que portó una estrella de David similar a la que los nazis colocaban en la ropa de los judíos, sea la manera en que la tragedia se convierte en grotesca comedia, pero mientras tanto, en nombre de los judíos del mundo, un Estado genocida prosigue la matanza indiscriminada de niños, mujeres y ancianos en la cárcel a cielo abierto más grande del planeta.
Referencias
Arendt, Hannah (2007). The Jewish Writings. New York. Schocken Books.
Díaz, Diego. El Bund: los socialistas judíos que no amaban el sionismo: https://desinformemonos.org/el-bund-los-socialistas-judios-que-no-amaban-el-sionismo/
Field, Les (2017). Anti-Semitism and Pro-Israel Politics in the Trump Era: Historical Antecedents and Contexts, Middle East Report, 284/285, pp. 52-54.
Freud, Sugmund (2015) Moisés y la religión monoteísta. Buenos Aires. Amorrortu.
Herzl, Theodor (2004). El Estado judío. Buenos Aires. Organización Sionista Argentina.
Renan, Ernest (1861). Averroès et láverroïsme: essai historique, Michel Lévy Frères, Libraires-éditeurs. Paris. Imprimierie de Wittersheim.
Roudinesco, Élisabeth (2011). A vueltas con la cuestión judía. Barcelona. Anagrama.
Traverso, Enzo (2013). El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador. Valencia. PUV.
Tress, Madeleine (1984). Fascist Components in the Political Thought of Vladimir Jabotinsky, en Arab Studies Quarterly, 6(4), pp. 304-324.
Zimmermann, Moshe (1986), Wilhelm Marr: The Patriarch of Anti-Semitism. Oxford. Oxford University Press.
Imagen de portada, Los horrores de la guerra, Peter Paul Rubens